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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Comenzaba a arrepentirse de su brutalidad. ¡Pobre Mina!... Pero ella, protestando de esta conmiseración, giró la cabeza sobre su hombro hasta apoyar la nuca, y en tal postura, con los ojos llenos de lágrimas y sonriendo al mismo tiempo, se elevó en busca de su boca, devolviéndole las caricias con un beso largo, interminable.

D. Juanito que viene a ver a su... dama... Mírele, mírele tan afligido de verla a usted malita. Abre los ojos y le busca con las miradas. Es como los borrachos, que aunque estén expirando, si les nombran vino, parece que resucitan... ¡Como no se salve esta! Al infierno se va de cabeza... Vean qué manera de arrepentirse.

Pero Margarita quiso olvidar al teniente pálido y de aire triste que había pasado ante sus ojos, para acordarse únicamente del industrial preocupado de las ganancias é incapaz de comprender lo que ella llamaba «las delicadezas de una mujer chic». Decididamente, Julio era más seductor. No se arrepentía de su pasado: no quería arrepentirse.

El P. Gil levantó la cabeza, y avergonzado y confuso como si tuviera que arrepentirse de algo, respondió a la huéspeda: ¿La señorita?... ¡Ah! Bien... Allá voy en seguida. Pero no se movió del sitio. Aquella llamada aumentó aún más su irritación. Estaba resuelto a no volver a verla mientras el prelado no interviniese en un asunto que tan gravemente podía comprometerle. Trascurrió cerca de una hora.

Morsamor se desalentaba al pensar así, no veía plan ni concierto en todas aquellas bizarrías, ni acertaba a traslucir que pudieran tener fin dichoso. Sólo veía horrores, estragos y muertes, y volvía a arrepentirse de haberse remozado y de haber huido del convento. Imputaba luego aquel arrepentimiento suyo a cansancio y a flaqueza de ánimo.

Contemplando otra vez las enormes proporciones del buque, pareció arrepentirse de sus palabras. A pesar de la grandeza del mar, esto también es grande. Nuestras apreciaciones son siempre relativas; nunca nos falta un motivo de comparación con algo mayor para humillar nuestra soberbia.

A veces, con una timidez ruborosa y huyendo la vista, preguntaba a Ojeda por el estado de sus negocios. «¡Si tuvieras un dinero que necesito!»... Y cuando él, con apresuramiento, satisfacía su demanda, María Teresa parecía arrepentirse. ¡Qué vergüenza! ¡Yo pidiéndote dinero!... Es para algo importante; ya sabes... el pleito. Pero en fin, como hemos de casarnos, todo lo nuestro debe ser común.

Que el Gobernador no quería que se les molestase... ¿Y qué tiene ya que mandar el Gobernador sobre ellos?... Un hombre, cuando le van a dar mulé, hace lo que le da la gana, menos escaparse... Además, que no se les molesta... al contrario... lo que les hace falta es un poco de distraición y beber unas copas con tranquilidad... ¿Han de estar todo el día rodeaos de paño negro?... Con media hora pa confesarse y otra media pa decir el «yo pecador», y recibir, y arrepentirse, queda un hombre al sol.

Y uno solo de estos organismos infinitesimales, bastaba para matar una criatura humana, para diezmar con la epidemia una nación. ¿Por qué no habían de influir los hombres, microbios del infinito, en aquel universo, en cuyo seno quedaba la fuerza de su personalidad?... Después, el revolucionario parecía dudar de sus palabras, arrepentirse de ellas.

¿Y qué le contesto, si no qué contestarle? ¿No crees que va a arrepentirse no bien le diga que ? ¿Crees que me ama de veras, con todo el ser de su vida como yo necesito ser amada; como yo le amaría si me amase? Vaya si lo creo. Sus palabras infunden la creencia en el entendimiento más inclinado a dudar. Óyele, y quedarás convencida. Quiero atreverme a decírtelo.

Palabra del Dia

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