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Actualizado: 3 de mayo de 2025
El momento era crítico; la Naturaleza rugió con toda su indómita fiereza; sentía el calor de su rostro sobre el mío, su cuerpo tibio sobre mi pecho; sus lágrimas de fuego caían sobre mis labios, su piel candente me quemaba, perdí la razón por un momento, abrí los brazos, se me nublaron los ojos y en un segundo de locura, bramando de cólera y de pasión, me iba a arrojar sobre aquella mujer como en un precipicio, cuando un relámpago de la razón iluminó mi frente y pude detenerme en el borde del abismo a que me había arrastrado un instante la fuerza estúpida de la carne.
Su abuelo había sido un empedernido ateo partidario de Voltaire y la Enciclopedia que a última hora se había entregado a la embriaguez, y según la conseja del pueblo fue arrastrado un día por los demonios al infierno. En realidad murió de combustión espontánea, lo que pudo dar pábulo a semejante fábula.
Por consiguiente, maese Marner, como os lo decía hace un momento, las cosas tienen tantas vueltas, que os ocurren, como acaba de sucederme, que sois arrastrado hasta el último capítulo del libro de oraciones antes de volver al asunto; mi opinión es que no debéis desalentaros.
De no estar el millonario, hubiera hecho la cuestión personal y en nombre de la inmortalidad del alma y de la moral cristiana, hubiese atizado unos cuantos puñetazos al impío, luciendo ante las señoras sus energías de apóstol. Aresti, arrastrado por el entusiasmo, no podía callarse.
Será esta una lucha que durará mientras vivamos; hay en vos, Dorotea, una fuerza tal para conmigo, que me siento arrastrado; vuestro amor es un amor tal que me enloquece; os miro, y paréceme que no sois una criatura mortal; para una fría despedida yo no hubiera venido, os lo aseguro, y os aseguro también, que si no alcanzo completamente vuestro amor, vuestra confianza, vuestra alegría, vuestra posesión... mirad, Dorotea, estoy embriagado, loco; no me desesperéis hasta el punto de que ponga á prueba vuestro amor.
No es posible abrigar dudas de su aptitud extraordinaria para lograrlo, recordando tan sólo, como ejemplo, El alcalde de Zalamea; pero tampoco se puede negar, que su predilección por los motivos dramáticos indicados, lo ha arrastrado á limitarse sólo á la pintura de ciertas clases de la sociedad, en las cuales podría suponer que encontraría opiniones é ideas iguales á las suyas.
Y arrastrado por una fatalidad y cual si jugase en el pleito todo su porvenir y el de sus hijos, fué gastando sus economias en pagar abogados, escribanos y procuradores, sin contar con los oficiales y escribientes que explotaban su ignorancia y su situacion.
Ahora se encuentra en París; M. de Larnaud, excelente sujeto, de ingenio distinguido, vive en el mismo hotel y es íntimo amigo de mi cuñado, quien acaba de recibir una carta confidencial de su amigo Larnaud, en la que se le advierte que su sobrino está en peligro, porque, arrastrado por sus amigos, se deja dominar por la pasión del juego; que pasa las noches en casa de M. Livry, casa en la cual puede perder fácilmente toda su fortuna, que si bien es cierto trabaja la mayor parte del día con gran asiduidad, el cansancio del estudio y el poco dormir pueden quebrantar su salud, si no lo alejan de París a todo trance.
Los negocios resurgían en la memoria de todos con mayor premura, como si en este período de olvido hubiese aumentado su interés. Cada uno pensaba en la causa que le había arrastrado a este hemisferio.
Le escribió inmediatamente, dándole la fatal noticia; pero la carta no llegó a sus manos. Volvió a escribir y no recibió contestación. El autor de mis días había muerto también. Pereció en una escaramuza. Su cadáver fué arrastrado y paseado como trofeo de gloria, al son de músicas victoriosas, por una soldadesca ebria que celebraba un triunfo inesperado.
Palabra del Dia
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