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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Pero yo no sé qué vio de pronto en la luz del aposento, que se lanzó, con aquella fuerza que siempre la arrastraba, un tiempo hacía, a leer los fenómenos meteorológicos en la bóveda celeste, a uno de los cuarterones de la puerta de la solana. Allí se estuvo unos instantes devorando el espacio con los ojos.
Nunca Felipe había pasado una velada tan feliz y a la vez tan dolorosa como lo fue aquélla para él. Feliz, porque Antoñita no tuvo sino dulzura y amabilidad para su adorador, y dolorosa por la perspectiva de aquel lance a que le arrastraba Amaury. Gracias a que algo se lo hacía olvidar la incesante y gratísima conversación de Antoñita.
Durante toda la noche, el Chiruá continuó mugiendo, pero el estrépito disminuyó poco á poco; el agua, negra por el arrastre de materias extrañas, se aclaró un poco, y las pesadas piedras que arrastraba la corriente se detuvieron en mitad del cauce.
3 Y apareció otra señal en el cielo: y he aquí un grande dragón bermejo, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas. 4 Y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las echó en tierra. Y el dragón se paró delante de la mujer que estaba de parto, a fin de devorar a su hijo cuando hubiese nacido.
Pero el doméstico añadió que los mismos hombres querían llevarse igualmente lo poco que era de la propiedad del señor Spadoni, noticia que asombró al príncipe. ¡También éste!... ¿Qué motivo tenía para abandonarle?... Pasó su vista por una breve carta dirigida al coronel y firmada por ambos. Castro arrastraba en su fuga al inconsciente pianista.
Asombrados y temerosos contemplaban los espectadores al magnánimo Orosmán batallando con los celos; temblaban, cuando veían entrar á Otelo silencioso, y medir con sus miradas la obscura alcoba; cuando presenciaban las torturas de Caín , luchando en vano con el terrible destino que lo arrastraba al fratricidio; cuando consideraban á Bruto, envuelto en su manto, entregando la cabeza de sus hijos al hacha levantada de los lictores; en una palabra, se extasiaban ante la más sublime perfección á que puede llegar el arte imitando la naturaleza.
Cortó Febrer repentinamente sus pensamientos, separando los ojos del papel. Al encontrar su mirada una mitad de la habitación en la sombra y otra mitad en una luz rojiza que hacía temblar los objetos, pareció volver del lejano viaje al que le arrastraba su imaginación.
Bajo el cielo límpido y tachonado de estrellas, parecía que flotaba un grito de odio y de venganza. Y dentro de aquella tranquilidad, y de aquella atmósfera tibia y serena, unos hombres, verdaderos condenados, maldecían la vida que se arrastraba para ellos en el sufrimiento y la miseria, sin esperanza. El vigilante enseñó á Tragomer la cordelería y le dijo: Ahí tiene usted la casa.
Sobre el moño o castaña ostentaban cada una de estas doncellas un ramo de frescas rosas. Salvo la superior riqueza de la tela y su color negro, no era más cortesano el traje de Pepita. Su vestido de merino tenía la misma forma que el de las criadas, y, sin ser muy corto, no arrastraba ni recogía suciamente el polvo del camino.
Viendo á Jacobo vestido con un traje de franela blanca y una elegante gorra, tendido en un rocking-chair y fumando un buen cigarro, después de almorzar en compañía de sus dos amigos, nadie hubiera reconocido en él al miserable penado que arrastraba el día antes su cadena en el presidio de la isla Nou.
Palabra del Dia
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