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Actualizado: 10 de mayo de 2025


Al replegarse de nuevo con aspiración gigantesca la arrastraba contra su voluntad para llevarla quién sabe adónde. ¿No te parece que nos vamos acercando demasiado a las olas, Ricardo? ¿Crees, acaso, que van a llegar adonde estamos nosotros? No ..., pero se me figura que nos vamos deslizando insensiblemente... y que concluirán por taparnos.

Cuando se arrepentía de no haberse creado una familia, cuando pensaba precisamente en el matrimonio, venía a ofrecerle el destino esa irónica sorpresa... Mientras él arrastraba por el mundo su soledad y sus nostálgicos ensueños de paternidad, allá en un rincón de un pueblo medio perdido entre los bosques, había un muchacho robusto e inteligente que le debía a él la vida.

La impaciencia arrastraba á Ulises hasta su hotel, para implorar las luces del portero. Este, animado por la esperanza de un nuevo billete, hacía sonar el teléfono y preguntaba á los criados de los pisos superiores. Luego una sonrisa triste y obsequiosa, como si lamentase sus propias palabras: «La signora no está. La signora ha pasado la noche fuera del albergo.» Y Ferragut partía furioso.

Pero no permitía que su marido le preguntase siquiera por su estado, y un día le respondió con una crueldad sangrienta: Esto va bien, sufro mucho. Don Diego sacó la cabeza por la ventanilla y sus lágrimas cayeron sobre las ruedas. El viaje duró tres meses, sin cambiar ni el humor ni la salud de Germana. No estaba mejor ni peor: arrastraba la vida.

¿Y se sabe por fin si la sueca es hija o mujer de ese barón de... de... nunca puedo acordarme de su nombre... vamos, de ese viejo que anda con ella? interrogó la condesa, entrando por fin en la corriente de curiosidad que la arrastraba, a pesar de su digna actitud.

Te juro que mi voluntad no tenía arte ni parte en ello. Obraba por una fuerza superior que me arrastraba a pesar mío. Dejé el vaso sobre la mesa, lo contemplé un instante con sorpresa, lo levanté para mirarlo al trasluz... Nada, ni el más mínimo signo que denotase que allí estaba la muerte. Lo puse sobre la bandeja y me encaminé con él hacia el gabinete sin darme cuenta de lo que hacía.

Las manos de la duquesa, enrojecidas por un frío muy vivo, se escondían bajo su chal. Al andar, arrastraba los pies, no por indolencia, sino por el miedo de perder los zapatos. Por un contraste que hemos podido observar más de una vez, la miseria no había afeado a la duquesa, que no estaba pálida ni delgada.

Ni disgusto ni ambición de dinero. Era que se había cansado de vivir allí; sentía la nostalgia de ver países nuevos: le arrastraba la movilidad de carácter de los de su tierra. Iría á Asturias ó á Cataluña; tal vez se embarcase para América; aún no se había buscado un nuevo puesto, pero acariciaba la ilusión de llevar con él á su madre á un clima que fuese mejor. Por esto sólo se marchaba.

Don Eleazar, sin ser hombre de mundo, sin ser hombre político, tenía cierta influencia política; sin ser hombre de partido, tenía cierta intervención y participación en todos los partidos. En fin, en el mar humano, don Eleazar era corriente de fondo y no de superficie: arrastraba sin ser visto ni sentido.

El río arrastraba sus olas amarillentas entre las carenas negras de los navíos y por el puente de Londres rodaban en incesante desfile los coches y los ómnibus. En lo alto de la ribera se levantaba la Torre alta y misteriosa y la entrada de los docks De Santa Catalina mostraba su amontonamiento de mercancías.

Palabra del Dia

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