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Actualizado: 14 de julio de 2025
Absorbía el aroma de su aliento; sueño constante de mis sueños era; su hermosa imágen en mi sér vivia, y al sentir su contacto, de temor y placer me estremecia. Y guardo en mi memoria mil cantares que yo la oía, ó que escuché con ella; recuerdo con anhelo los lugares donde la ví una vez; y hasta las flores que su mano cuidaba, me han dejado recuerdo de su aroma y sus colores.
Decid que cuando el alba, que roba vuestro aroma, cantos de amor jugando os susurraba, él también murmuraba cantos de amor en su natal idioma; que cuando el sol la cumbre del Koenigsthul en la mañana dora y con su tibia lumbre anima el valle, el bosque y la espesura, saluda en ese sol, aún en su aurora, al que en su patria en su cenit fulgura.
En nada se conoce el buen gusto, nobleza y dignidad de un alto señor como en sus guisos y manera de presentarlos y servirlos. Digna corte de los finos manjares es un buen círculo de convidados que sazonen la comida con las especias finísimas del ingenio discreto; especias, hija mía, que más bien son flores de aroma delicado. Mira bien a quién convidas.
Del valle subía olor de heno recién segado, aroma de flores y frutas maduras. De pronto un rayo de sol cayó sobre la punta más alta del cerezo plantado delante de la casa de la tía Basilisa; volteó un momento sobre las hojas y saltó á otra rama más baja dejando tras sí una estela de esmeralda. Otro salto más y se plantó en la higuera más próxima á la casa del tío Goro.
No murió tu esplendor, y en la noche del hoy aún eres tea que camina en la nada del misterio del alma femenina, un fantasma esparcido en su psicología tenue y fina, aroma desprendido del dolor de un poeta, que te dejó al morir, para que en la carrera empuñases muy alto su bandera y llegases por él hasta la meta antes de sucumbir.
Al sentir el aroma de una maleza cualquiera, había adivinado en qué clase de vino habría que ponerla en infusión para conseguir una bebida excelente, extra fina... ¡Y qué entretenido era! Nos veíamos todas las noches, desde hacía años, fuera que él viniera a mi casa en Ilgenstein, o que yo me trasladase a caballo a Döbeln; y nunca me había parecido largo el tiempo que con él pasaba.
Yo quise llenar el pliego, casto por sus resplandores, de mis locuras de niño, de mis risas y dolores, del aroma inolvidado de no sé qué santas flores, y así convertir el pliego en libro de mis amores. Era la noche de luna. Fuera decían los vientos el suspiro milenario de sus plácidos lamentos.
La Naturaleza fue su nodriza y compañera de juego, y tan pronto deslizaba entre las hojas flechas doradas de sol que caían al alcance de su mano, como enviaba brisas para orearle con el aroma del laurel y de la resina, le saludaban los altos palos campeches familiarmente, y somnolientas zumbaban las abejas, y los cuervos graznaban para adormecerlo.
Encantado con aquel lugar, me senté al pie de un árbol, apoyé la espalda contra su tronco y extendiendo las piernas me entregué a la contemplación de la solemne belleza del bosque, a la vez que aspiraba el delicioso aroma de un buen cigarro.
Por el muro exterior trepaba un frondoso jazmín a la sazón en plena florescencia y cuyas ramas penetrando algunas veces en la estancia embalsamaban el ambiente con el fragante aroma de sus flores. Magdalena, como todo temperamento nervioso, adoraba las flores y sus perfumes, que por cierto le eran muy perjudiciales, y pidió que le diesen su jazmín acostumbrado.
Palabra del Dia
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