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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Sentada sobre una estera, sobre una estera de palma, pálida como la muerte, como el dolor apenada, tendidas las blancas trenzas sobre la encorbada espalda, trenzas que dicen bien claro que nunca ha sido casada.
Oíalo todo Florela, que a poca distancia estaba, entre el follaje de un bello jazmín escondida, y oyó asimismo que Margarita dijo, con la voz apenada y débil, y tan apasionada, aunque quería ocultarlo, como si su voz hubiera salido de en medio de sus doloridas entrañas: ¡Ay, señor mío, que yo también estoy espantada de mí misma, porque no debiendo tener ni corazón ni alma más que para la desgracia, que nunca lloraré bastantemente, del fallecimiento de la desventurada madre mía, en cosas pienso que tan lejos están de mi madre como de mi ventura!
La lengua que sacaba, por tener la creencia de que todo negrito, para ser tal negrito, debe estirar la lengua todo lo más posible, parecía una hoja de rosa. «¡Qué horror!... ¡Ah!, tunantes... ¡Bendito Dios!, ¡cómo le han puesto!... Anda, ¡que apañado estás!...». Las vecinas se enracimaban en las puertas riendo y alborotando. Jacinta estaba atónita y apenada.
Por el de los puertus me respondió la tétrica mujer muy apenada. Me estremecí recordando lo que me había dicho mi tío sobre los tributos que cobran cada año las nieves en las montañas.
Zapato vaquerizo; ceñido y bien cortado pantalón; chaquetilla gentil; sombrero bien ladeado, y joronguillo al hombro. ¡Buena facha! ¡Eso es! ¡Bien plantado! Pero.... ¡Ven, para que te vean tus tías! Echóme el brazo y me condujo hacia la sala. Al entrar exclamó: ¡Aquí está el hombre! Vamos a ver... ¿qué le falta? Tía Pepilla sonreía regocijada. La enferma me veía apenada y triste.
¡Papá! decía suplicante y apenada. Oye a Pepillo.... Abrió una jaula, atrapó un canario y le ha quebrado las alas.... Le reprendo... y me contesta con Unos dichos y unas palabras.... ¡Perdónale, hija! respondía el padre. ¡Pobre niño!...
Angelina me miraba atentamente, procurando observar el efecto que sus palabras producían en mí. Pues Angelina: ¡diga usted a esa señorita que ese joven soy yo, y que paso muy gratas horas, oyéndola tocar! ¡No! ¡Yo no le diré nada! Pero.... ¡Con razón dicen las gentes que está usted enamorado de Gabriela! exclamó apenada, trémula el labio, húmedos los ojos.
Y ella, apagando su ira, que horrenda y aterradora brillaba en sus negros ojos, y con dulce y cadenciosa voz, que doliente imploraba, apenada y melancólica, ¡Ved, señor, que éste es mi hijo y que es mi esperanza sola! exclamó; y el fiero xeque, con voz terrible, espantosa, en que vibraban heridas las fibras de su alma rotas, ¡Maldito! exclamó ¡maldito! y huyendo, la calle lóbrega ganó, se perdió por ella, y con voz triste, medrosa, ¡Maldito! repitió un eco que surgió de entre la sombra.
Peor que mi cuerpo se hallaba mi alma, llena de turbaciones, de sobresaltos y congojas, tan apenada por terribles recuerdos como por angustiosas presunciones, de tal modo, que mi pensamiento corría de lo pasado a lo futuro alternativamente, buscando en vano un poco de paz.
Contra lo que el simpático viejo esperaba Fortunata no hizo aspavientos de sorpresa. Puso, sí, una carita muy monamente apenada, y alzando la voz, dijo: «Pero eso, ¿cabe en lo posible?». No necesitas alzar mucho la voz. Hoy estoy mucho mejor de la sordera. Por este oído izquierdo me entra todo perfectamente, y no sale por el otro... ¿Dices que si cabe en lo posible?
Palabra del Dia
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