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Actualizado: 19 de junio de 2025
Los empleados apagaban las luces y retiraban los carteles. La vieja vió luego cómo cerraban las puertas. Se mantuvo inmóvil, con un codo apoyado en la pared y la frente en una mano. Lloraba con una angustia infantil. ¡Esperar hasta mañana! murmuró . ¡No ver á mi pequeño en tantas horas!... A la noche siguiente la vieja se presentó en el cinema con un aire de humildad.
A veces, cuando los rayos del sol fenecían momentáneamente por la interposición de alguna nube, los resplandores se apagaban y la arena tomaba los matices grises y dorados de las telas amarillas de seda.
Otras veces dijo dulcemente Elena, inclinada hacia los fétidos harapos, recuerda usted el tiempo en que se le enseñaba esta hermosa oración: «Dios mío, perdónanos, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido.» La Briffarde volvió hacia ella aquellos ojos que se apagaban, y sus facciones contraídas tomaron una expresión de paz.
El conde seguía sonriendo como antes. Quemaba ya la hierba por todas partes y chisporroteaba arrojando pavesas inflamadas que se apagaban instantáneamente y caían convertidas en ceniza. El día estaba concluyendo. La mancha negra de la esquina se había extendido cual si fuese aceite por toda la pomarada.
La casa rebosaba de gente, derramaba torrentes de luz por sus ventanas; el zaguan estaba alfombrado y lleno de flores; allá arriba, acaso en su antiguo y solitario aposento, tocaba ahora la orquesta aires alegres, que no apagaban del todo el confuso tumulto de risas, interpelaciones y carcajadas. D. Timoteo Pelaez llegaba al pináculo de la fortuna, y la realidad sobrejujaba sus ensueños.
El telescopio llegaba a alcanzar mundos tan remotos, que el rayo de luz llegaba hasta la lente después de un viaje de tres mil años. Y todos estos mundos incontables nacían, se transformaban y morían como los seres. En el espacio no había reposo, lo mismo que en la tierra. Unas estrellas se apagaban, otras brillaban macilentas, otras lucían con el estallido de vida de la juventud.
De manera que para dos parejas de mujeres tan separadas una de otra, aquella casa, durante las altas horas de las noches de invierno, en las que escasean los ruidos de la calle, con la espesura de las alfombras en el suelo y la abundancia de macizos cortinones que apagaban el rumor de las pisadas y hasta el sonido de la voz, era un completo páramo con su muda e imponente soledad.
Pero cuando estuviésemos casados, ya sería otra cosa; entonces todos los besos que se me antojaran, aunque sospechaba que no se los pediría con tanto ardor como ahora. Estábamos próximos ya á su casa. Los carruajes de la gente que volvía de las tertulias, al cruzar á nuestro lado, apagaban la voz de Teresa y le obligaban á esforzarla un poco.
Ocupaba un lugar en lo más alto de la popa, llamado «el tabernáculo», sentábase en un sillón de brazos semejante al de los antiguos barberos, y desde él gritaba sus órdenes a los proeles, mozos, grumetes y pajes, marinería despechugada, medio desnuda y famélica, en antigua relación con toda clase de parásitos. Al cerrar la noche se apagaban en el buque fuegos y luces, por miedo al incendio.
De la provincia y de Madrid llegaban forasteros para la corrida de toros del día siguiente. Mariano el campanero invitó a los amigos a oír la serenata en la galería grecorromana de la fachada principal. A la hora en que se apagaban las luces en las Claverías y don Antolín cerraba la puerta de la calle, Gabriel y sus amigos deslizábanse cautelosamente hasta la habitación del campanero.
Palabra del Dia
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