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Actualizado: 19 de junio de 2025


Era un perpetuo estado de guerra ante la muerte; una batalla contra la ciega fatalidad y la barbarie de los hombres, cuyos ecos se apagaban en la misma montaña, llegando apenas á la opulenta Bilbao. El mineral marchaba ría abajo sin que nadie pensase en lo que había costado su arranque del suelo.

Tomamos calle arriba, por una acera angosta y desigual. Había que subir penosísima cuesta. La capilla de San Antonio está en el Barrio Alto. Desde allí se goza de un hermoso panorama. Los farolillos ardían con mortecina luz. Los serenos apagaban sus linternas, y grupos de mujeres y niños iban apresurados hacia el templo.

Cuando transcurridos dos meses del sitio, el hambre había diezmado á la guarnición, una mañana lluviosa, en la que se apagaban las mechas de cañones y arcabuces, los moros toman al asalto el baluarte, barriendo desde aquel punto los almacenes y sala de armas donde se habían refugiado los defensores.

Los deseos de su alma también se difundían y apagaban en la inmensa alegría que la embargaba.

En las noches transcurridas entre dos pagas, el whisky y la ginebra apagaban la sed silenciosa de unos y daban nuevas fuerzas á otros para seguir hablando. El principal tema de conversación era adivinar cuándo se detendría el tren en la Presa regularmente. Las locomotoras sólo hacían alto allí cuando descargaban maquinaria para las obras del dique.

Pero cuando estuviésemos casados, ya sería otra cosa; entonces todos los besos que se me antojaran, aunque sospechaba que no se los pediría con tanto ardor como ahora. Estábamos próximos ya a su casa. Los carruajes de la gente que volvía de las tertulias, al cruzar a nuestro lado, apagaban la voz de Teresa y la obligaban a esforzarla un poco.

Calentarlos y ponerlos en disposición de funcionar, costaba una fortuna. Si se apagaban había que derribarlos y hacerlos nuevos: asunto de medio millón. Un descuido en el trabajo, una huelga, podía costar la existencia á aquellos gigantes de la industria, que sólo vivían ardiendo y tragando combustible á todas horas.

Me pasaba yo largas horas en aquel sitio, siguiendo con mirada curiosa las nubes o los jirones de niebla que iban hacia allá impulsados por el viento, y me complacía en contemplar cómo se apagaban, poco a poco, en los picos de aquellas montañas, las últimas luces del moribundo día.

El cabecilla de don Carlos le miró con una especie de curiosidad burlona, con la compasión desdeñosa con que los viejos miran casi siempre las ilusiones y los arrebatos de la juventud. Durante algún tiempo le dejó trabajar libremente en la viña del Señor; la inocencia y la bondad de Gil apagaban sus instintos malignos.

Los mineros la encontraban al salir a la claridad y allí, sin dar otro paso, apagaban la sed y el hambre, y la pasión del juego que dominaba a casi todos.

Palabra del Dia

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