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Calentarlos y ponerlos en disposición de funcionar, costaba una fortuna. Si se apagaban había que derribarlos y hacerlos nuevos: asunto de medio millón. Un descuido en el trabajo, una huelga, podía costar la existencia á aquellos gigantes de la industria, que sólo vivían ardiendo y tragando combustible á todas horas.
Se levantó dos o tres veces para echar ropa encima, sin lograr calentarlos. La botella pasó al fin toda al vaso, y del vaso al estómago. Esto produjo allá dentro un suave calor, que se fué esparciendo gratamente por todos los miembros. Don Roque sintió que la lengua se le desligaba, y comenzó a hablar solo con extremada claridad en su opinión.
Palabra del Dia
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