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Actualizado: 29 de mayo de 2025
No hay tal cosa dijo la marquesa ; tiene una señal en el pecho, es verdad; pero es en figura de rábano, un antojo que había tenido nuestra madre. Observad, doctor continuó Rafael , que mi tía desprestigia y despoetiza la historia de su querido hermano. ¡Un rábano en el pecho de un valiente, en lugar de una orden militar! Vaya, tía, ¿hay cosa más ridícula?
El fresco rostro de miss Nicholson tomó los colores de una rosa de Bengala cuando advirtió que Pierrepont se encontraba allí, pero, desdichadamente, al marqués no se le antojó prolongar su visita, por cuya razón se puso en retirada, no sin haber antes dado la mano a Mariana, que le dijo: Creo que no será la última vez... ¡espero que cumplirá usted su palabra!
Ahora vivo aquí, en casa de estas señoras que nos han ofrecido á mí y á Clara un asilo. Sólo por usted, señor don Elías dijo Salomé. Ya lo sé; sólo por mí contestó el viejo. Pero yo continuó dirigiéndose á Lázaro, si te llamé estando en la otra casa, ahora no me atrevo á darte hospitalidad porque.... Señor don Elías dijo Paz, de lo de arriba puede usted disponer á su antojo.
¿Pues qué diríais si de una sola vez, sin más que seguir durante un corto espacio las prácticas y devociones que cierto sabio os ha de prescribir, e sin haber menester libros, ni hacienda ni quebrantos, os vierais dueño de todos los secretos del rey Salomón e por ende sabidor del bien y del mal de todas las cosas, de los signos de los astros, del lenguaje de las animalias y os pudierais hacer invisible cuando os fuese conveniente, o ver a través de la tierra do corren las venas del oro e do se asconden las piedras preciosas; e hacer, en fin, en este mundo todo lo que vuestra alma e vuestros sentidos puedan codiciar, sin más ley que el antojo?
En cierta ocasión se empeñó en que le dijese que le quería más que á Dios; en otra se le antojó que durmiese con guantes para conservar bellas y tersas las manos. Todos estos caprichos y otros infinitos más de nuestro héroe acogíalos la niña con marcado disgusto y resistiéndose. No acertaba á comprenderlos.
Tengo un antojo le decía a mi tío, tirándole de la pera, y me voy a morir sino me lo satisfaces, sabes... ¡un gran antojo! Mi tío ponía cara de bandido sorprendido infraganti. Un antojo... pero que nadie sepa lo qué es... ni lo digas tú a nadie... Ven, acércate, yo te lo diré al oído... Y el viejo, con movimiento de palomo, acercaba el oído a sus gruesos y provocativos labios.
Y la pobre Jacinta, a todas estas, descrismándose por averiguar qué demonches de antojo o manía embargaba el ánimo de su inteligente esposo.
La llave del desván quedó en poder de las sirvientas de los señores Adorno y Salvago, para que pusiesen en franquía a la vieja Claudia y a los señores Carvallo y Acevedo, a las tres horas de haber salido de la quinta Morsamor y su acompañamiento. La nave que mandaba Morsamor era grande y capaz y él podía tripularla a su antojo. Con holgura, pues, instaló en ella a su gente.
Ramiro se entretenía en curiosear los misterios de la techumbre o en contemplar la ciudad y los horizontes, desde aquella elevación que producía en todo su ser el antojo de un vuelo fantástico. Franco era mezquino de cuerpo. Cuando algo le preocupaba mascábase el bigote nerviosamente. Su mujer, Aldonza González, a quien todos llamaban la extremeña, era, en cambio, garrida y vigorosa.
Pero ¿no bastaba, acaso, con saber mis apellidos y que soy hijo vuestro y descendiente de tan claros agüelos, para excusar toda probanza? En un principio asaltome el antojo de enviar los reposteros de mis mulas para que se enterasen de nuestros blasones. ¡Pero es fuerza acomodarse a la regla!»
Palabra del Dia
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