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Actualizado: 29 de junio de 2025
No es una obra maestra de los buenos tiempos de nuestra arquitectura aquella fachada, pero los mil accidentes con que lujosamente la adornó la imaginación del artista, le dan cierta belleza que el mar allí cercano parece que fantasea a su antojo.
Y luego, volviéndose al señor Alicak, añadió, mirándole con miedo a la frente: "Tú, ser afortunado, retírate a tu casa y nada más." Catur y Alicak, oyendo estas palabras, se retiraron alegres, echando antes el primero una mirada de antojo al vergel, y el segundo una mirada de codicia a los anillos de oro y piedras preciosas que tenía Lokman en la mano.
A los seis meses justos se le antojó a la joven esposa viajar por Europa, un viaje largo que había de durar un año o más; visitar toda Francia, Italia, subir luego a Inglaterra, pasar a Alemania y correrse hasta San Petersburgo. El enamorado Montesinos no puso obstáculos a este deseo, aunque debiera ponerlos.
Era una beata del tercero ó cuarto orden, muy sincera y humildita, siempre dispuesta á obedecer sin réplica los mandatos de las de alta categoría, casi todas señoras muy autoritarias y gazmoñas, que hacían y deshacían á su antojo.
El amor de Luz es el primero que usted siente, y cree imposible hasta la vida si ese amor se le malogra. Todos los hombres creen y sienten lo mismo la primera vez que se enamoran; pero después, andando los años, van cambiando de parecer, y el obstáculo que de novicios se les antojó desventura sin ejemplo, ya con muchas barbas, le consideran como una dádiva de su buena suerte.
Apartado Montaner del campo, Berenguer de Entenza muerto, y Fernan Jimenez huido quedó solo Rocafort absoluto señor y dueño de todo, y así mudaba á su gusto y antojo las determinaciones de todo el consejo.
-Para eso será menester -replicó Sancho- que el escudero no sea casado y que sepa ayudar a misa, por lo menos; y si esto es así, ¡desdichado de yo, que soy casado y no sé la primera letra del ABC! ¿Qué será de mí si a mi amo le da antojo de ser arzobispo, y no emperador, como es uso y costumbre de los caballeros andantes?
Pepita había dejado en la casería la larga falda de montar, y caminaba con un vestido corto que no estorbaba la graciosa ligereza de sus movimientos. Sobre la cabeza llevaba un sombrerillo andaluz, colocado con gracia. En la mano el látigo, que se me antojó como varita de virtudes, con que pudiera hechizarme aquella maga. No temo repetir aquí los elogios de su belleza.
Pues, señor, tratóse seriamente sobre el particular, y se autorizó al fin al Intendente para que él lo arreglara á su antojo. Y, efectivamente, al otro día se presentó al director de la compañía, que ya había arrendado una bodega en la calle de las Naranjas, diciéndole que era preciso que á todo trance saliese de Santander.
En aquel punto asomó por la puerta un rostro que a Julián se le antojó siniestro, y acaso pensó otro tanto el marqués, pues preguntó impaciente: Vamos a ver, ¿qué ocurre? La yegua respondió Primitivo sin alzar la voz no sirve para el camino. ¿Por qué razón? ¿Puede saberse? Está sin una ferradura siquiera declaró serenamente el cazador.
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