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Actualizado: 21 de mayo de 2025
En la misma casa de oraciones donde se habían reunido las primeras veces, iban a tener la postrera reunión. Lejos de ella, su mirada y su pensamiento se habían vuelto hacia el Cielo en su busca. Después de la primera carta había intentado escribirla una vez más, pero las palabras se habían mantenido rebeldes. Y su vida había sido una continua ansiedad. Por todas partes la buscaba.
Aquí se encerraban algunas palabras ocultas, y siendo completamente indescifrables, me producían ansiedad y me daban mucho que pensar. La razón por qué Blair había conservado esa carta con tan profunda reserva, era un misterio, por no decir otra cosa. Sospeché que en ella debía haber algún hilo oculto de su secreto, pero no pude adivinar de qué naturaleza sería.
Durante algún tiempo nada me dijo; ni yo, sorprendido, acerté a decirla nada: luego pareció como que despertaba de un sueño, de una horrible pesadilla, y exclamó con un acento ardiente y lleno de ansiedad: ¡Ah! ¡Gracias a Dios! Y se separó de mí, se dejó caer en un sillón, se cubrió el rostro con las manos y rompió a llorar.
La señorita Margarita suspendida del brazo de Alain, estaba inclinada sobre el abismo y clavaba sobre mí una mirada de mortal ansiedad. Me dije en aquel momento, que sólo de mí dependía ser llorado por aquellos hermosos ojos, y dar á una existencia miserable un fin digno de envidia.
¡Venga, venga! exclamé con ansiedad, temeroso al mismo tiempo de que en efecto quisiera hacérmela pagar cara. No contenía más que dos renglones. Decía así: «Sigue usted tan gitanillo como antes. Después que salga del convento hablaremos.» El efecto que me causó fue delicioso.
Aquella calma amenazante parecía el presagio de una borrasca. Doña Rebeca y Narcisa se eclipsaron en sus habitaciones, después de una comida silenciosa y triste. Julio no se había levantado de la cama, y Carmen y Fernando todo lo hablaban con los ojos, en mudas contemplaciones, con una ansiedad llena de homenajes. Uno y otro habían dejado casi intactos los platos en la mesa.
Esa Francisca desea demasiado casarse y ese deseo es chocante en una señorita... ¡Bah! váyase por las que no lo desean bastante dijo Genoveva. Hay en esto un buen sistema de compensaciones... La de Ribert no respondió, pero su cara expresaba una penosa ansiedad.
Don Rodrigo me lo dirá... sí, sí... ¡don Rodrigo!; y es el caso que empiezo á desconfiar de él, pero yo desconfío de todo el mundo... de todos, hasta de mí mismo. El duque acabó de subir en silencio las escaleras, entró en su despacho, y abrió con una ansiedad marcada la carta de la duquesa de Gandía.
Resolvíase luego la punzada en dolor gravitativo, extendiéndose como un cerco de hierro por todo el cráneo. El trastorno general no se hacía esperar, ansiedad, náuseas, ganas de moverse, a las que seguían inmediatamente ganas más vivas todavía de estarse quieto. Esto no podía ser, y por fin le entraba aquella desazón epiléptica, aquel maldito hormigueo por todo el cuerpo.
Como que me cogieron en una hora tonta, y yo, muerta de ansiedad y de susto, no sabía lo que me hacía. Pues un señor del Museo me dijo después que el cuadro no valía menos de diez mil reales... ¡Ya ves qué gente! No sólo desconocieron siempre la verdadera caridad, sino que ni por el forro conocían la delicadeza.
Palabra del Dia
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