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Por eso, y porque ansiaba retirarse y descansar, traspasó su establecimiento a los Chicos que habían sido deudos y dependientes suyos durante veinte años. Ambos eran trabajadores y muy inteligentes. Alternaban en sus viajes al extranjero para buscar y traer las novedades, alma del tráfico de telas.

Este manojo de papeles contenía para él la más interesante de las historias. Al dirigirse á su buque, le pareció el camino más largo que otras veces. Ansiaba verse encerrado en su camarote, lejos de toda curiosidad, como si fuese á realizar una operación misteriosa. Freya no existía.

Ellos derrotarían al turco, que amenazaba la cristiandad; ellos, con armas temporales y espirituales, lograrían sofocar la herejía que estaba naciendo en Alemania y que, barbarie mental, ansiaba derrocar el imperio de Roma en los espíritus, como los antiguos bárbaros habían destruido el imperio material de Roma.

Tanta ingenuidad, ya conocida del incrédulo Delfín, era una de las cosas que más le encantaban en ella. Tiempo hacía que él notaba cierta sequedad en su alma, y ansiaba sumergirla en la frescura de aquel afecto primitivo y salvaje, pura esencia de los sentimientos del pueblo rudo. ¿Me engañarás otra vez, farsantuelo? No claves tanto, hija, que duele.

Su ira por los disgustos domésticos y por aquella fuga que lastimaba su vanidad ansiaba descargarla sobre los toros. Cuando llegó el carruaje, atravesó Gallardo el patio, sin fijarse, como otras veces, en la emoción de las mujeres. Carmen no apareció. ¡Bah, las hembras!... Sólo servían para amargar la vida. En los hombres se encontraban únicamente los afectos durables y la alegre compañía.

Dolíase interiormente del sosiego y felicidad que en su casa disfrutaba, pensando en que nada sufría por el Dios que nos redimió con su sangre. Ansiaba que le levantasen una calumnia como las que Palmerina hizo sufrir a Santa Catalina de Siena, a fin de que la despreciasen y maltratasen; pero a ninguna persona de su casa ni de fuera se le pasaba por la imaginación semejante cosa.

El viejo, insensible a las bellezas de su huerto, sólo ansiaba la cantidad. Quería segar, las flores en gavillas, como si fuesen hierba; cargar carros enteros de frutas delicadas; y este anhelo de viejo avaro e insaciable martirizaba a la pobre Borda, que, apenas descansaba un momento, vencida por la tos, oía amenazas o recibía como brutal advertencia un terronazo en los hombros.

Siguió escuchando Ojeda a su amigo, pero con cierta distracción, volviendo la cabeza siempre que notaba el paso de alguien por detrás de él. La cubierta estaba totalmente ocupada por los pasajeros: unos, en grupos movibles; otros, sentados a la redonda en los sillones, obstruyendo el paso. Todos estaban arriba... menos ella. Ansiaba verla Fernando y tenía miedo al mismo tiempo.

Ansiaba verla, aunque fuese de lejos, y llevada de esta querencia, se llegó a la calle de la Lechuga para atisbar a distancia discreta si la familia estaba en vías de mudanza, o se había mudado ya. ¡Qué a tiempo llegó! Hallábase en la puerta el carro, y los mozos metían trastos en él con la bárbara presteza que emplean en esta operación.

Como al fin y al cabo Octavio tenía veinte años y una imaginación nada apagada, y le bullía la sangre en el cuerpo, por más que en todo el pueblo no hubiese mujer capaz de inspirarle una pasión aérea y nerviosa como su entendimiento más que su corazón ansiaba, no pudo sustraerse á la ley que á todos los humanos encadena.