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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Y si pilla usted un catarro, ¿cómo podrá resistir la vida dura del año de noviciado? repuso el clérigo aproximándose. Por los ojos de la joven pasó una nube sombría y quedó repentinamente seria. Luego, haciendo un esfuerzo para animarse, dijo: ¿A que no se atreve usted a desenganchar esa lancha para que demos un paseito por el río? ¡Ya lo creo que no! Pues yo sí... Ahora va usted a ver.
Hasta la una, la hora en que iban llegando las amigas y el baile comenzaba a animarse.
En casa se dió por enterado con don Rosendo de la fuga de Ventura. Contra lo que todos presumían, no le causó una impresión muy honda. Al contrario; desde aquel día señalóse en él una tendencia a animarse, y a participar del comercio social, que no dejó de sorprender en la población.
Pero puso aún más empeño en aislarse, en vivir retirado del trato social. Salía tan sólo al amanecer, y daba algunos paseos por la punta del Peón, contemplando el mar con ojos extáticos, que alguna vez tomaban una expresión de angustia que apenaría seguramente a quien los mirase. En cuanto el muelle comenzaba a animarse, y la villa despertaba de su sueño, retirábase a toda prisa a casa.
La gran sala que atravesamos tenía abiertas de par en par las tres puertas de su inmenso balcón; el sol entraba ya por ellas, iluminando todo el larguísimo y espacioso carrejo que terminaba en la escalera; se oía el cuchareteo y hervor de la cocina que empezaba á animarse por la solemnidad del día, y se respiraba en toda la casa un ambiente especial, una atmósfera pura y embalsamada, que sólo se respira en el campo de la Montaña en las madrugadas de verano, al secar el sol el fresco rocío sobre las flores de las praderas.
Las paredes inmóviles, firmes, de un espesor considerable a juzgar por los profundos quicios de puertas y ventanas, estaban prontas a animarse igualmente a impulsos de esta vida misteriosa.
»Y yo continué, sin que la interrupción fuese advertida por ella, cuya poética naturaleza parecía animarse con la armonía e iba adquiriendo fuerzas a medida que el compás se aceleraba.
En sus palabras, en su gesto, se traslucía siempre un sentimiento afectuoso de protección que suavizaba un poco aquella expresión de cansancio y hastío en que constantemente caía su rostro cuando le dejaban en libertad. Tan sólo con Venturita parecían animarse un poco aquellos ojos muertos. Cuando se hallaba al lado de ella, el Duque redoblaba su finura hasta dar en viva y desenvuelta galantería.
Vamos, no diga usted esas cosas; ¡qué se ha de morir! La enfermedad tendrá que ir cediendo poco a poco, se curará usted y se pondrá sana y gorda que dará gusto verla. En vez de animarse con estas palabras, doña Gertrudis se enfureció.
Aquí, en don Feliciano prosiguió el ingeniero con la misma sonrisa tiene usted un defensor acérrimo. Si me defiende es que alguien me ha atacado respondió don Rosendo con más sequedad aún. Nadie pronunció una palabra. El silencio se prolongó bastante tiempo, hasta que lo rompió el mismo Belinchón haciendo una pregunta indiferente a don Jaime, con lo cual la conversación volvió a animarse.
Palabra del Dia
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