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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Alzaba altivamente la frente, gritándole con arrogancia desesperada: ¡Pues bien! Yo le he matado... ¿Qué quieres? ¡Tu nombre de conciencia no me asusta! Eres apenas una perversión de la sensibilidad nerviosa. Puedo eliminarte con un poco de agua de azahar.
Á fe mía, que más entiendo yo de manejar la espada y la pica que el arco, dijo Reno, pero he llevado tantos años entre arqueros que recuerdo haber presenciado prodigios. Buenos tiradores hay aquí, pero no como algunos que recuerdo. ¿Ves aquello? preguntó Yonson al veterano, extendiendo el brazo hacia una bombarda que á no gran distancia se alzaba sobre su poco airosa cureña.
Si ante él sucedían tales cosas, a la mesa por ejemplo, Julián torcía la cara, haciéndose el distraído, o alzaba el vaso para beber, o fingía atender a los perros, que husmeaban por allí. Le asaltaba entonces un escrúpulo, de ésos que se quiebran de sutiles.
La una se alzaba en el torreón de la iglesia, la otra en la puerta de un almacén de depósito. La religión llamaba al cristiano, el trabajo convocaba al obrero. Aquel pueblo se despertaba á la voz de la fe y á la voz del trabajo. ¡¡Sacrosanto lenguaje, que hace feliz á todo el que comprende!!.... Quico quedó en el encargo de recoger los equipajes.
No obstante, creí ver, como a través de una espesa niebla, que Magdalena se alzaba de su sillón, y al volverme vi que no me había engañado. Quise entonces detenerme, pero su padre, que lo vio, me contuvo, diciendo: » Continúa.
Nada de nuevo tenía para ella el ideal de justicia y de paz en nombre del cual ese hombre se alzaba en armas: ella debía también defender aquellos sagrados dones de la tierra, librar la belleza de las ideas del contagio cruento, convertir a los fanáticos, consolar a los desesperados.
Al mediodía, mi madre me hacía subir al desván y me alzaba en sus brazos para que mi desgraciado padre pudiera verme, haciéndome extender mis manecitas hacia las rejas de la prisión, y devorándome después a besos.
Era Rodolfo de carácter poco sufrido y probablemente no lo hubiera tomado con la imperturbable calma que yo demostré. Llegamos por fin a la catedral, cuya gran mole de piedra obscura, embellecida con numerosas estatuas y las puertas más primorosas entre las de todos los templos de Europa, se alzaba ante mí por primera vez, haciéndose comprender toda la audacia de mi conducta.
Y alzaba mucho la voz al llegar a esto de la honradez. Viendo el gobernador que el cacique perdía absolutamente la sangre fría, comprendió que el negocio andaba mal parado, y le preguntó severamente: ¿No ha respondido usted de la elección, con cualquier candidato que se presentase?
El aya estaba sentada en su cuarto con la cabeza baja y los ojos cerrados. De cuando en cuando, su pecho se alzaba y dejaba escapar un triste suspiro. Por fin irguió lentamente la cabeza y dirigió una mirada extraviada al espacio. Una triste sonrisa vagó por sus labios; la expresión de su rostro era mezcla de sufrimiento, resignación y desprecio. Muy luego, sus sentimientos tomaron otra dirección.
Palabra del Dia
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