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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Había considerado la alquería lo mismo que si fuese su casa; pero ya que llegaban estos intrusos y eran bien recibidos, él se marchaba. Además, sufría en silencio el despecho de no ser, como en los primeros días, la única preocupación de la familia.
Pasó por dos veces frente a los rayados cristales de la barbería, sin atreverse a poner la mano en el picaporte, y acabó por salir al campo, siguiendo la orilla del río, lentamente, con la vista fija en aquella alquería azul, que nunca había llamado su atención, y ahora le parecía la más hermosa del dilatado paraíso de naranjos.
Resuena el bronce al apagarse el dia, Muge el rebaño en torno del vallado, Y el labrador regresa á su alqueria Dejándome de sombras circundado. Ya se borra el paisage entre las nieblas: Callada está la atmósfera tranquila: El insecto murmura en las tinieblas, Y se oye el éco de lejana esquila.
Apenas se extinguió la luz del sol y comenzaron a brillar las estrellas en un cielo claro de invierno, Febrer descendió de la torre. Durante el breve camino hasta la alquería volvieron a renacer en su memoria los recuerdos del pasado, con una precisión irónica, lo mismo que en la anterior noche de cortejo.
Todo el campo se puso en movimiento; algunos hombres corrieron a avisar a Hullin, que desde hacía una hora dormía en la alquería, echado en un enorme jergón, junto al doctor Lorquin y su perro Plutón.
Debilitado por su larga permanencia en el lecho y por la sangre perdida, aspiraba el tibio ambiente de la mañana luminosa, cortado por las ráfagas que venían de la costa. Margalida, luego de contemplar a Jaime con sus ojos amorosos que aún guardaban cierta timidez, volvió al interior de la alquería para preparar el desayuno. Quedaron los dos hombres en largo silencio.
Margalida se refugió al lado de su madre, y el Capellanet creyó llegado el momento de sacar su cuchillo. El padre, con la autoridad de los años, se impuso a todos: ¡Fora!... ¡fora! Todos obedecieron, saliendo fuera de la alquería, para detenerse en pleno campo. Febrer salió también, a pesar de la resistencia de Pep. Los atlots parecían divididos, discutiendo acaloradamente.
Otras veces se incorporaba lentamente, con gruñidos de vigilante hostilidad. Alguien pasaba por cerca de la alquería; una sombra, un hombre caminando de prisa, con la celeridad de los ibicencos, habituados a ir rápidamente de un lado a otro de la isla. Si la sombra hablaba, contestaban todos a su saludo.
Divès no contestó nada; su rostro tenía una expresión triste e indignada a la vez, y los contrabandistas que le acompañaban, envueltos en sus capas, con sus largos espadones colgando por encima de ellas, no parecían tampoco de muy buen humor; diríase que proyectaban una venganza. Hullin, convencido de que no podía consolarles, entró en la alquería.
La alquería era suya, todos sus habitantes deseaban servirle... ¡pero no debía persistir en aquel capricho! Iba a traerle desgracia. Febrer, que había escuchado hasta entonces con deferencia, se irguió ante estas palabras de Pep.
Palabra del Dia
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