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Actualizado: 4 de julio de 2025
Y el mismo día de la vuelta á Bilbao, él, al escritorio, á ganar dinero, ó al club, para vivir entre hombres solos, dejando á la mujer entregada para siempre á las amigas. Y la mujer se refugiaba entre las de su sexo, sin más diversiones que el visiteo y el exhibir trajes y alhajas para envidia de las compañeras, pues hasta la faltaban ocasiones de lucir su riqueza.
Dime, calzonazos, ¿en dónde están mis alhajas qué daban envidia a las de la Pilarica en Zaragoza? ¿en dónde están mis cuatro mantones de Manila que parecía que los habían bordado ángeles con manos de rosa?... ¡Ah! ¿dónde ha de estar todo aquel tesoro?
A la hora de comer, Maximiliano habló del caso, describiendo la cura y haciendo augurios poco lisonjeros sobre la suerte de la enferma. «Tienes razón observó la viuda . Me parece que de este barquinazo no sale. ¡Pobre mujer! ¡Tener ese vicio! De veras lo siento, pues no hay otra como ella para correr alhajas».
Vivía en una especie de desequilibrio moral y de tensión nerviosa que me tenían á merced de los impulsos de mi desesperación y de mi cólera. Te vi llegar loco de angustia, después de haber perdido cuanto tenías y debiendo pagar una suma en el círculo, so pena de ser expulsado, y te di mis alhajas para empeñarlas como te hubiera dado mi vida si me la hubieras pedido.
Esta cantidad debía encontrarse parte en dinero, en su casa, y el resto debía completarse con la venta de sus trajes, sus alhajas y sus muebles. Quevedo leyó conmovido este testamento, y sobre todo una cláusula en que Dorotea le constituía su albacea único y le suplicaba tomase en amor suyo, en memoria suya, la prenda que más quisiese de lo que dejaba.
Las tardes del Hotel Drouot le resultaban insípidas cuando no tenía á su lado á esta confidente de sus proyectos y sus cóleras. Hoy hay venta de alhajas: ¿vamos? Su proposición la hacía con voz suave é insinuante, una voz que recordaba á doña Luisa los primeros diálogos en los alrededores de la casa paterna. Y marchaban por distinto camino.
La santa no respondió, porque dentro de la iglesia no gustaba de tratar ciertos asuntos de reconocida profanidad; pero cuando salían por el patio que da a la calle del Arenal, tomó el brazo de su amiguita, diciéndole: «Bueno estuvo el lance, bueno. ¡Qué par de alhajas!».
Después la mostró un cofre lleno de alhajas y de doblones de oro. Esto la dijo es para ti; llama á tus padres y vive con ellos; no digas á nadie que el duque de Osuna te ha traído, ni que has sido doncella de servir; no te conviene. Yo además te enviaré ó haré que te envíen todos los meses, mientras vivas, trescientos ducados. ¿Cómo, señor, os vais? Necesito estar en Madrid á fin de mes.
Ahora continuó el señor Laubepin, después de un corto silencio, ha llegado el momento de decirle, señor marqués, que su señora madre, en previsión de las eventualidades que por desgracia se realizan hoy, me confió en depósito algunas alhajas cuyo valor se ha estimado en unos cincuenta mil francos.
Sin embargo, tan ingeniosamente arreglaron los señores Dawson y Blair las diferentes vías por las cuales colocaban las alhajas en el mercado universal, que nadie abrigó jamás la menor sospecha. Pero todo esto, hablando con honradez, pertenece a la Iglesia de Roma observó Reginaldo.
Palabra del Dia
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