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Actualizado: 9 de julio de 2025
Porque usted, señor conde, es muy raro, muy raro, muy raro... Siempre lo ha sido... siempre lo ha sido... ¿Á que no le pasa otro tanto al señorito Octavio? ¿no es verdad, señorito?... ¡Cuánto más vale aquel Madrid tan hermoso, tan suntuoso, que esta miserable aldea! Yo no estuve en Madrid, señor cura... El joven pronunció estas palabras visiblemente turbado.
Cuando llegó a ella, aún no habían terminado el rosario, que en las aldeas precede los domingos al sacrificio incruento. Pero al rosario asisten solamente las mujeres y los devotos: los espíritus lúcidos, los temperamentos volterianos de la aldea se quedan en el pórtico fumando y charlando en alta voz.
30 diciendo: Id a la aldea de enfrente; en la cual cuando entrareis, hallaréis un pollino atado, en el que ningún hombre se ha sentado jamás; desatadlo, y traedlo. Le responderéis así: Porque el Señor lo necesita. 32 Y fueron los que habían sido enviados, y hallaron como les dijo. 33 Y desatando ellos el pollino, sus dueños les dijeron: ¿Por qué desatáis el pollino?
La aspereza de su carácter le había valido la opinión de necia y mal criada, pero la había salvado de un gravísimo peligro; y esto era lo que nadie sabía en la aldea.
En que hasta hoy está siendo Santander la primera aldea de la provincia, por sus costumbres, por sus pasiones y por un sinnúmero de pequeñeces y de miserias.... ¿Está usted vengándose de mí? Líbreme Dios de semejante tentación. Es que no veo yo un motivo para que de repente se cambien nuestras costumbres, como usted lo asegura.
Y démonos priesa, que se hace tarde, y lleguemos a mi aldea y casa, donde descansará vuestra merced del pasado trabajo, que si no ha sido del cuerpo, ha sido del espíritu, que suele tal vez redundar en cansancio del cuerpo. -Tengo el ofrecimiento a gran favor y merced, señor don Diego- respondió don Quijote.
Mas, con todo, creo que fuera mejor dar cuenta desto a Anselmo, pero ya se la apunté a dar en la carta que le escribí al aldea, y creo que el no acudir él al remedio del daño que allí le señalé, debió de ser que, de puro bueno y confiado, no quiso ni pudo creer que en el pecho de su tan firme amigo pudiese caber género de pensamiento que contra su honra fuese; ni aun yo lo creí después, por muchos días, ni lo creyera jamás, si su insolencia no llegara a tanto, que las manifiestas dádivas y las largas promesas y las continuas lágrimas no me lo manifestaran.
Bah, ¿qué quebraderos de cabeza quieres que tenga en esta aldea? respondió Cecilia poniéndose colorada, y retirando el rostro. Puedes tenerlo en Sarrió. ¿Y había de ser tan ingrato que no viniera a verme en los meses que hace que aquí estamos?... Ya te he dicho que yo me quedo para vestir santos añadió sonriendo. No puede ser eso replicó con calor el joven, ¡no puede ser!
Llegó la tarde, partiéronse de aquel lugar, y a obra de media legua se apartaban dos caminos diferentes, el uno que guiaba a la aldea de don Quijote, y el otro el que había de llevar don Álvaro.
Desde las autoridades hasta los mendigos, la fama de mis riquezas, la leyenda de las carretas cargadas de oro, inflamó todos los apetitos. La prudencia ordenaba, como un mandamiento santo, que abandonásemos parte de los tesoros, las mulas y las cajas de comestibles. ¿Y vamos a quedarnos aquí, en esta aldea maldita, sin camisas, sin dinero y sin comida? ¡Mas con la rica vida, vuestra señoría!
Palabra del Dia
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