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Actualizado: 9 de julio de 2025
Se acordó de que tenía un tío en una de las provincias del Norte, párroco de cierta aldea pintoresca y sana, al decir de los que la habían visitado, y decidió escribirle inmediatamente.
Oyola el cura, y, al mirarla, su vista se detuvo en la prenda que la muchacha tenía entre las manos: una bata de riquísimo raso de un rojo muy brillante, el mismo rojo que Lázaro había visto en el brazo que la noche pasada cerró la puerta donde Aldea era esperado. Su sorpresa fue inmensa. Su pensamiento se resistió a creer lo que los ojos le decían.
No quería dejarla en casa de Dolly Winthrop, bien que ésta estuviera siempre dispuesta a guardarla. La pequeña Eppie, de cabellos crespos, la niña del tejedor, se volvió, pues, un tema de interés para los habitantes de varias casas apartadas, lo mismo que para las de la aldea.
Esa razón dependía de la circunstancia de que la cita debía tener lugar cerca de Batterley, aldea en que vivía su desgraciada esposa, cuya imagen se le hacía cada vez más odiosa. Para la imaginación de Godfrey aquella mujer vagaba por todos los alrededores.
Iré seguramente por mis pobres, iré... y ella me dará dinero, pero no me dará nada más que dinero. La Marquesa daba algo más, daba parte de su vida, parte de su corazón, juntos íbamos todas las semanas a visitar a los pobres y enfermos. Ella conocía todos los sufrimientos y todas las miserias de la aldea.
Bien sabe mi Dios con cuánto gusto, obedeciendo la vuestra, que no es otra que la mía, y siguiendo el mandato del Emperador, desde mañana os daría la mano de esposa aun en la estrecheza de esta aldea; pero don Lope, padre tenéis, y lo que el Rey manda bueno es que sea con asentimiento de los que tienen natural y necesaria autoridad sobre nosotros.
Así, todo el mundo quiso contemplar la escena y, excepto las señoras, cuyos ojos no eran adecuados para ver esa danza extravagante, saltamos todos á tierra en direccion á la plaza de la aldea. El espectáculo no podia ser mas singular. Habia un ancho espacio, perfectamente limpio, rodeado de barracas, barbacoas de secar pescado, altos cocoteros y arbustos diferentes.
Vista a cierta distancia, en el momento en que caminaba a través del cementerio y descendía a la aldea, Eppie parecía vestida de blanco inmaculado, y sus cabellos producían el efecto de esos reflejos de oro que se ve en las azucenas. Una de sus manos se apoyaba en el brazo de su marido y con la otra oprimía la de su padre Silas.
Todo su porvenir estaba condensado en ella. «¡La aldea!» A la mañana siguiente el barro del jardín guardaba impresas todavía las huellas de Lázaro, indicando el sitio donde había escalado la verja para huir, como un ladrón, de aquella casa, donde era tenido casi por un santo.
La aldea d'Elven que atravesamos, aflojando un poco nuestra carrera, da una idea verdaderamente pasmosa de lo que podía ser una villa de la edad media. La forma de las casas, bajas y sombrías, no ha cambiado desde hace cinco siglos.
Palabra del Dia
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