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Actualizado: 9 de julio de 2025
Por la noche velamos el cadáver Urbistondo, el criado y yo, y por la mañana lo enterramos en el pequeño cementerio de la aldea. Al día siguiente Mary fué a instalarse al faro, y Allen, el criado viejo, marchó a vivir a la venta de Izarte. Unos días después, Allen se presentó en mi casa con una pretensión extraña. Traía un devocionario en la mano.
Al decir esto aludo a la aldea de Raveloe y a las parroquias que se le parecían, porque la vida de nuestros antiguos campesinos presentaba aspectos diferentes.
Y, picando más de lo que hasta entonces, serían como las dos de la tarde cuando llegaron a la aldea y a la casa de don Diego, a quien don Quijote llamaba el Caballero del Verde Gabán. Capítulo XVIII. De lo que sucedió a don Quijote en el castillo o casa del Caballero del Verde Gabán, con otras cosas extravagantes
Lo demás está escrito en el alma de sus hijos, en las tradiciones de la humilde aldea en que vivió por espacio de cuarenta años, y en los recuerdos siempre sonrientes como ella, de aquella sociedad verdaderamente ática de Mâcón, donde su recuerdo cuenta tantos amigos como mujeres contemporáneas suyas existen.
Hízole suspender la lectura, y abordando de frente la cuestión, le dijo que por su propio interés, por no pecar de ingrato y en gracia de Josefina, era necesario que Félix Aldea volviese como antes a frecuentar la casa.
Después de haber distendido los ángulos de su boca y contraído los ojos se hubiera dicho que trataba de ver los aros , pareció renunciar al esfuerzo y dijo: Recuerdo que llevaba en su caja aros para vender; es, pues, natural suponer que también los usara. Pero como recorrió casi todas las casas de la aldea, quizá alguna persona se los haya visto en las orejas, bien que yo no pueda afirmar eso.
Pues bien; es preciso saber que la última casa de la aldea, cuyo tejado de caballete se halla atravesado por dos claraboyas de cristales y cuya planta baja se abre hacia una calle fangosa, pertenecía en 1813 a Juan Claudio Hullin, un antiguo voluntario del 92, a la sazón almadreñero en la aldea de Charmes y que gozaba de una gran consideración entre los serranos.
La hora mejor era la de misa, los domingos, cuando a la chica le tocase quedar guardando la casa, porque la aldea entonces estaba solitaria y la mayor parte de las casas cerradas. En la de Tomás, por hallarse un poco apartada, siempre quedaba alguno teniendo cuidado de ella, un domingo uno y otro domingo otro. D. Jaime esperó el turno de Rosa con impaciencia y disimulando sus intenciones.
En la vida de aldea, que caracterizaba a la sociedad colonial, el diablo, con todos sus derivados, eran entidades domésticas omnipresentes y proteiformes, esencialmente malevolentes y obsesionantes.
En San-Martin, pobre pero graciosa aldea del valle de Sallanches, dejamos la diligencia para tomar un cochecito de cuatro asientos, y en breve, acompañados por el estimable pastor protestante, comenzamos á alejarnos de la orilla del Arve, siguiendo por su lado derecho, y á trepar la pendiente cuesta de Chede.
Palabra del Dia
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