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Actualizado: 17 de junio de 2025


¡Qué guapo está! dijo desde lejos Obdulia, mientras los lugareños admiraban con la fe del carbonero otro cuadro que alababa don Saturnino. Dieron vuelta a toda la sacristía. Cerca de la puerta había algunos cuadros nuevos que eran copias no mal entendidas de pintores célebres. A la Infanzón debieron de agradarle más que las maravillas de Cenceño, sin duda porque se veían mejor.

Y no tengo nadie a quien dirigirme, porque nadie me conoce bastante para interesarse por . Mi padre es muy bueno, pero necesitaría consejos para agradarle y no me atrevo a pedírselos. Me intimida hasta el extremo, a pesar de su bondad, que excede a todo lo que podía esperar. Me demuestra hasta ternura, y esto es un verdadero prodigio, pues nada he hecho hasta ahora para que me quiera.

Verdad que él se pasaba admirablemente sin esta simpatía y no le quitaba de engordar cada día más y pasar la vida riendo. Las lisonjas que le estaba vertiendo al oído con voz insinuante su nueva hija de confesión, en vez de agradarle, le turbaban, le molestaban visiblemente. Fue una de las pocas veces en que pudo vérsele serio.

Varias personas están mezcladas en los hechos que voy a referirle: una es un amigo muy antiguo difícil de definir y todavía más difícil de juzgar sin amargura, del cual acaba usted de leer la carta de despedida y de luto. Jamás se explicó acerca de una existencia que no pudo agradarle. Mezclarle en estas confidencias es casi rehabilitarle.

Qué yo... dentro de anida este convencimiento como un germen de esperanza, como una semilla que está dentro de la tierra y que no ha brotado pero que vive... Si me constara que ella se ha dicho esto, yo al verla tan religiosa, me volvería el hombre más católico del mundo... Por agradarle, ¡cuántas funciones y misas había de costear yo!

El lujo escénico, las decoraciones brillantes y el arte del tramoyista no son de poca entidad, por ejemplo, en cuanto sirven de adorno exterior de un drama bueno, porque traen algunos al teatro, que acaso no acudirían á él si no se les ofreciese otro atractivo que el mérito desnudo de la obra, en cuyo caso servirán de medio ú ocasión para que estos mismos presencien y oigan una composición poética, que concluya, en último término, por agradarle.

Recordando las palabras que le había oído, exclamé, viéndola alejarse: ¡Feliz el hombre que logre agradarle! ¡Feliz el esposo que ella elija!... Pasó aquel año y el invierno siguiente sin que volviera a ver a Cecilia, pues no voy casi nunca a las reuniones. Al comenzar la primavera de 1833 me aburría soberanamente. ¿Por qué?

Si llega a amarme, ¡tanto peor para él! No me he prestado a ello; ¡no por cierto! Sería tan despreciable como una mujer perdida si hubiera hecho eso. Desde mi curación, durante más de un año, he dirigido su casa con lealtad y probidad, sin pretender agradarle, sin desear serle indispensable. Y, sin embargo, he llegado a serlo.

El alcaide de mismo. Calderón, en esta comedia agradable, parece que renuncia á su estilo ordinario, y sigue más bien los pasos de Lope de Vega. El argumento es el siguiente: El príncipe Federico de Sicilia ha dado muerte en un torneo, en Nápoles, al sobrino del Rey, huyendo luego para no ser perseguido. Nadie presume quién pueda ser el matador, porque el Príncipe, á causa de la enemistad, reinante largo tiempo, entre Nápoles y Sicilia, se ha presentado de incógnito y con la visera calada. Para asegurar más su huída, se despoja en un bosque de sus vestiduras lujosas, sustituyéndolas con un traje muy pobre, con el cual implora luego el auxilio de una señora principal, cuyo palacio encuentra á su paso; pretexta ser un mercader, que ha caído en manos de salteadores, y la compasiva señora, no sólo le promete su protección, sino que manifiesta agradarle mucho su trato, y lo nombra representante suyo en el castillo. Sabe él entonces, con horror, que su bienhechora es la princesa Elena, hermana del que ha muerto á sus manos, y empeñada á todo trance en apoderarse de su matador. Al principio, sin embargo, no teme ser descubierto, puesto que nadie lo ha visto en Nápoles, excepto la infanta Margarita, hija del Rey, con la cual ha entablado relaciones amorosas, á consecuencia de un encuentro casual, habido entre ambos. Mientras tanto, un campesino sencillo, pero algo travieso, llamado Benito, ha encontrado en el bosque los vestidos del caballero, poniéndoselos para que sus compañeros lo contemplen con tan inusitada vestimenta; apodéranse de él los emisarios del Rey, encargados de aprehender al matador de su sobrino, y lo llevan preso á la corte; sus trazas rústicas se interpretan como obra del disimulo, y creyendo el Rey que tiene en su poder al caballero fugitivo, lo envía á la princesa Elena para que lo guarde en su castillo.

Todo esto lo decía cada vez más acortada, sin dejar caer de los labios una sonrisa inocente y humilde, que agradó a Miguel. Era lo único que podía agradarle: el rostro, sin ser feo, nada tenía que pudiese llamar la atención; además, no lo veía claramente, a causa de la oscuridad en que la sala se hallaba. Cuando dijo las últimas palabras, la niña se retiró precipitadamente.

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