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Actualizado: 30 de septiembre de 2025
Al acabarse estas salvas del vozarrón de don Pedro Nolasco, entró en escena su hija, la viuda del jándalo, una mujer como de cuarenta años, sana y frescachona todavía, más corpulenta que Lita, pero muy parecida a ella en el color y en el corte de la cara, y, sobre todo, en la afabilidad expansiva.
Su padre y su hermana, aunque no la alentasen en las devociones, nada le decían en contra, y cada día le otorgaban mayores muestras de cariño, pues a ello les invitaba la creciente dulzura y afabilidad de su carácter. Su madre la adoraba con pasión loca y aplaudía ciegamente todos sus actos de piedad. No se cansaba de alabar la virtud y el talento de su primogénita.
Al principal llaman Mapono, y es el maestro, con quien el pueblo consulta las cosas de su conciencia y á quien manifiestan sus necesidades, de las cuales hace relación en el Consejo de los dioses y les solicita el remedio. No habla solamente en la iglesia con los demonios, sino que ellos se dignan también de visitarle en su casa y tratarlo con toda afabilidad y cortesía.
Una de ellas saludó con mucha afabilidad a Alonso, el cual dijo así: «¡Dichosos los ojos que te ven, Augusto, cabeza sin tornillos...! Ayer tuve carta de tu padre. Dice que le escribes poco y que andas distraidillo. ¡Pobre viejo!... Si le escribo todas las semanas... ¿Y cómo está Rafaela?¿Qué tal va con las píldoras? Pues no va mal.
En la duda, le preguntó con dulcísima afabilidad: ¿Cómo dijo usted porque soy muy flaca de memoria para nombres que se llamaba su padre?
Su hablar dulzón, su aire humilde, su afabilidad exquisita, le abrían todas las puertas y le ganaban todas las voluntades. De lo que se decía de él, burlábase desdeñoso: don Raimundo trabajaba en la sombra y sus secretos guardábanlos sus cómplices y sus víctimas, empeñados todos en callar, por conveniencia o por vergüenza.
Don Eugenio escuchaba con frialdad el nombre del célebre banquero, que todos los días repetían los periódicos, pero Juanito se estremeció. Aquél sí que era un hombre. Husmeaba la ganancia a cien leguas; colocaba los capitales ajenos con la mayor seguridad; tenía esclavizada la fortuna, y a pesar de esto, ¡qué sencillo! ¡Con qué modesta afabilidad trataba a los pequeños!
Los saludos, ademas, no eran ya profundos como antes; notaba miradas insistentes, y hasta displicencia; y él contestaba con afabilidad y hasta ensayaba sonrisas. ¡Se conoce que el sol está en su ocaso! observó el P. Irene al oido de Ben Zayb; ¡muchos le miran ya frente á frente! ¡Carambas con el cura! precisamente iba él á decir eso.
Como los sabios ancianos venían algo fatigados de la inocente huelga que habían tenido, el fámulo dejó que reposasen y durmiesen la siesta un par de horas, y luego llevó a Morsamor y a los suyos a la presencia del señor Sankarachária, quien los recibió con distinguida afabilidad y extremada finura.
La esposa del maestrante comprendió que, si proseguía en el tema, la planchadora iba a decir algo desagradable y se apresuró a cortar la plática, pagándole su cuenta y despidiéndola con afabilidad. No impidió esto para que la doméstica dijese en confianza, en cierta casa donde fue a servir, lo que pasaba en la de Quiñones. La noticia se fue trasmitiendo en confianza, igualmente, de unos a otros.
Palabra del Dia
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