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Para ello acude a Serafina, que está muy frescachona y floreciente y que sigue tan regocijada como en su primera juventud. En las barbas de don Alvaro se pone el bellaco de Calvete a retozar amorosamente con Serafina; y don Alvaro, fuera de , con espumarajos en la boca, grita como un energúmeno: ¡Ta, ta, ta, ta, ta!

Mientras hablaba con la frescachona Sabel, la fantasía de un artista podía evocar los cuadros de tentaciones de San Antonio en que aparecen juntas una asquerosa hechicera y una mujer hermosa y sensual, con pezuña de cabra.

Su mujer, más joven que él, es una especie de cocinera frescachona, en la que usted seguramente se habrá fijado.

Riendo decía a su cara consorte: «No todos tenemos la suerte de conservarnos como , que estás tan hermosa y frescachona como cuando te conocí. Calla, Sardanápalo. La verdad por delante. Todavía, todavía... Vamos, que alguien daría un resbalón. Quita, quita clamaba la señora con expresión de asco . ¿Me tomas por esas...?». Don José había sido un galanteador de primera.

Entonces se decidió a casarse; y contra lo que era de esperar de sus devociones y pujos aristocráticos, partió su blasonado lecho con la hija única de un rico ex contratista de carreteras y suministros, rozagante y frescachona, eso , pero no tan hermosa, seguramente, como él la pintaba, quizás en su empeño de justificar con la ley irresistible de una pasión desinteresada, una caída desde lo más alto de las cumbres de su vanidad.

Frisaba ya doña Lupe en los cincuenta años, mas estaba tan bien conservada, que no parecía tener más de cuarenta. Había sido en su mocedad frescachona de cuerpo y enjuta de rostro, y tenía cierto parecido remoto con Juan Pablo. Sus ojos pardos conservaban la viveza de la juventud; pero tenía cierta adustez jurídica en la cara, acentuada de líneas y seca de color.

¡Ah! ¿Para hablar de ?... Pues mira, de aquí en adelante no hables de . Basta con que me quieras. Los criados, que por allí andaban, los miraban con el rabillo del ojo y se hacían guiños maliciosos. Al salir tropezaron con Pepa Frías. La frescachona viuda estaba muy bien ataviada: había oído infinitos requiebros.

Á ver, en Limoges conocíamos á... ¡Calla! ¿pues no te acuerdas de aquella Rosa tan frescachona, que servía en el mesón de Los Tres Cuervos? ¡Aux Trois Corbeaux! Apuesto á que ya no sabes una palabra de francés, animal. ¡Qué chica aquella! Yo me enamoré como un bendito. Y yo, y otros muchos también, dijo Reno.

Se ha detenido administrando el primer Sacramento; pero ya está ahí: sólo que no gusta de entrar hasta el día 24, y ni un solo año ha faltado á la costumbre. Recíbele, como á San Antonio, la hueste frescachona de albahacas, unas plantas humildes, olorosas, con olor de huerto más que de jardín, y muy frescas y diminutas. Las hay como avellanas, en tiestecitos del tamaño de almendras.

Al acabarse estas salvas del vozarrón de don Pedro Nolasco, entró en escena su hija, la viuda del jándalo, una mujer como de cuarenta años, sana y frescachona todavía, más corpulenta que Lita, pero muy parecida a ella en el color y en el corte de la cara, y, sobre todo, en la afabilidad expansiva.