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Actualizado: 30 de abril de 2025
Mientras Gallardo admiraba la carta, entraba y salía su criado Garabato llevando ropas y cajas, que dejaba sobre una cama. Era un mozo silencioso en sus movimientos y ágil de manos, que parecía no reparar en la presencia del matador.
El populacho religioso admiraba sin peros ni distingos la humildad de aquella señora. «Aquello era imitar a Cristo de verdad. ¡Emparejarse, como un cualquiera, con el señor Vinagre el nazareno; y recorrer descalza todo el pueblo!... ¡Bah! ¡era una santa!». En cuanto a don Víctor, al pasar debajo de su balcón el Magistral y Ana preguntó a Mesía: ¿Están ya ahí?
La chiquillería del claustro alto, que tanto enfadaba al Vara de plata, sacerdote encargado de la dirección y buen orden de la tribu establecida en los tejados de la catedral, admiraba al pequeño Gabriel como un prodigio. Aún no sabía andar y ya leía de corrido.
Se admiraba de un hombre que valsase bien; le parecía precioso, encantador valsando, y decía para sí: «¿Qué pensará mi mujer de mí, que no valso?» Más aún se admiraba de los jóvenes que cazan, que tiran a la pistola y al florete, que patinan, que montan bien a caballo, y que son ágiles y fuertes para todo esto. Hasta los que lidian becerros o van airosos en velocípedo le causaban envidia.
El hombre, obrero de París que tal vez cantaba un mes antes la Internacional, pidiendo la desaparición de los ejércitos y la fraternidad de todos los humanos, iba ahora en busca de la muerte. Su mujer contenía los sollozos y le admiraba. El cariño y la conmiseración le hacían insistir en sus recomendaciones.
Ella había nacido para soldado... Y con varonil ademán invitó al espada a que se sentase, ensanchando con voluptuoso husmeo su graciosa nariz, que admiraba el suculento tufillo de los chorizos. Una comida riquísima. ¡Qué hambre tenía!... Eso está bien dijo sentenciosamente el Plumitas al mirar la mesa . Los amos y los criaos comiendo juntos, como disen que hasían en los tiempos antiguos.
»Y, dejándose llevar de su entusiasmo, con voz conmovida y tierna me hablaba del Tasso, de su gloria y de sus desdichas; aquellas palabras elocuentes vibraban en mi oído como una dulce armonía, como los versos del poeta que admiraba. Escuchábale... admirábale, satisfecha y orgullosa de él y del amor que por mí sentía.
El caritativo abad le dio asilo, y él, con su humildad profunda, con su aplicación constante, con la rara inteligencia que desplegó en el estudio y con la robustez y agilidad que mostró en todos los ejercicios corporales, se ganó la voluntad de aquel venerable siervo de Dios, que le amaba como a un hijo y que candorosamente le admiraba.
Pero en este caso le repugnaba doblemente porque nada halagüeño podía anunciar a su amigo y admirador. Sacóle del compromiso la aparición de una joven hermosa y elegantemente vestida que venía al encuentro de ellos por la acera del Principal. Aquí está la Amparo dijo con la gravedad displicente y desdeñosa que Ramoncito admiraba.
Y ante la mirada acariciadora de su tía, que admiraba sus ardorosas palabras, continuó el fuerte discípulo de Deusto: Los míos no saben leer; no saben nada de libertad, derechos y demás zarandajas, y por esto son felices. Esa gentuza de las minas, que casi todos los domingos tiene sus mitins, vive desesperada y ansía bajar un día á Bilbao para robarnos, sin saber que la recibiremos á tiros.
Palabra del Dia
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