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Actualizado: 30 de abril de 2025
Mucho has sufrido y sin un testigo de tu pena, sin un confidente de tus lágrimas, sin un sostén de tu debilidad que te gritase: «¡Animo! ¡eso que has hecho es grande y hermoso!» Una persona, sin embargo, contemplaba, y admiraba tu heroico, silencio.
Stein exclamó el duque , ¿dónde está el firme y tranquilo denuedo que admiraba yo en vos, cuando navegábamos juntos a bordo del Royal Sovereign? ¿Qué se ha hecho de aquel amor a la ciencia, de aquel deseo de consagrarse a la humanidad afligida? ¿Os habéis dejado enervar por la felicidad? ¿Será cierto que la felicidad hace a los hombres egoístas? Stein bajó la cabeza.
Era el que más le ofendía cada vez que intentaba darle buenos consejos. «Ustedes los periodistas, que son medio locos...» «Usted, que no hará nada en América porque es escritor...» Manzanares admiraba la brutalidad como la más grande de las facultades, y se hacía lenguas de un gobernante cuando amenazaba con perseguir a «la canalla popular».
Los contratistas, los capataces, los químicos, toda la gente que formaba la clase sedentaria de las minas, admiraba á Aresti, poniendo en su adoración algo del asombro que despierta en el vulgo el desprecio á las riquezas materiales. Le gusta vivir con nosotros decían con orgullo.
Lo que la muchedumbre admiraba en ellos era el ingenio satírico, lo grotesco del chiste y, sobre todo, la facilidad en la respuesta.
Y por lo mismo que él se creía incapaz de ser artista, en el sentido de echar a correr sin más que la flauta, por lo mismo admiraba más y más a aquellos hombres, que eran indudablemente de otra madera.
Considerábase capaz de las mayores violencias con aquella vieja sórdida, que le admiraba y hacía de él grandes elogios, sin que jamás se le hubiera ocurrido ayudarle con el más pequeño regalo. Maltrana hacía mucho tiempo que no pasaba de los Cuatro Caminos.
Yo me conozco, querida mía; sé leer claramente en este oscuro libro de mi alma, y no me equivoco, no. Oyendo estas palabras en boca de la infeliz joven, al paso que compadecía su desventurada pasión, admiraba la gran perspicacia de su entendimiento. Pues ten valor. Di a tu madre que no quieres ser monja indicó Inés. Ayudada por tu amistad, podría hacerlo. Sola no me atrevo.
¿Entonces Huberto no daba su estimación a los que llegan a la fortuna por la inteligencia y la labor?... Ella, que había sido educada en el culto del trabajo y de la energía individual, ella, que admiraba la obra de su padre, se había sentido ofendida por aquella disposición de espíritu de Huberto. ¿Por qué hablaba con tanto desprecio de cosas respetables y nobles?
Pero más que los mismos sucesos le admiraba el poco rastro que dejaban en aquella casa. Buscándole con afán, se iba el buen hombre de pasillo en pasillo y de salón en salón; mas no hubiera dado con él ni la nariz de un sabueso.
Palabra del Dia
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