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Actualizado: 30 de junio de 2025


Se nombró redactor en jefe a Sinforoso Suárez, con un sueldo de veinticinco duros mensuales, y administrador al hijo primero de don Rufo. Faltaba el papel. Se había telegrafiado a Madrid pidiendo una remesa, y no acababa de llegar. La impaciencia de Belinchón era grande. Telegramas iban y venían por los alambres eléctricos.

Todo viandante se consideró obligado á rezar una oración por la difunta y á dejar una limosna encima de su sepulcro. Uno de los solitarios del Despoblado se instituyó á mismo administrador póstumo de la difunta, y cada seis meses ó cada año hacía el viaje hasta la tumba para incautarse de las limosnas, dedicándolas al pago de misas. Este asunto era llevado con una probidad supersticiosa.

Le daré interés, el rédito que quiera y un pagaré en toda regla... Traerá la carta de mi administrador para que la vea. Dice que cuente con la renta para el 15. No es mi administrador como el de doña Cándida, un vano fantasma, sino un ser de carne y hueso. Bien se conoce eso en que sus anticipos son siempre al veinte por ciento.

¿El señor administrador? pregunté a otro hombre. Venga usted conmigo; yo le llevaré hasta su despacho.

Novoa miró con respeto á este hombre que se llamaba su amigo y se creía en la miseria con trescientos mil francos anuales. Mi administrador continuó el príncipe me habló de vender Villa-Sirena lo mismo que el palacio de París. Parece que el «nuevo rico» quiere quedarse con todo lo mío. ¡Liquidación completa!... Pero yo me he opuesto. Este rincón es mío; lo he formado yo.

El administrador de la sal fué ahorcado en la plaza uno de los primeros días de Mayo de 1774, y en la noche de su muerte una procesión de frailes de san Francisco subió al patíbulo, descolgó el cadáver, lo amortajó allí mismo, y colocándolo en un féretro, después de entonar largas salmodias, lo condujeron al convento más próximo, donde le dieron sepultura.

Doña Paca era un mar de lágrimas; la niña bailaba el zapateado, tocando el techo con las manos, y Benina pensaba dar parte al administrador de entierros para que, mediante una buena paliza u otra medicina eficaz, le quitase a su hijo aquella pasión de cosas de muertos, cipreses y cementerios de que había contagiado a la pobre señorita.

Doña Luz resolvió, pues, ser más cauta y menos expansiva en lo venidero, y no menudear tanto las discusiones filosóficas y teológicas, y las confianzas y el trato con el venerable sobrino del antiguo administrador de su casa.

Estos naturales son en general de buena índole, pero algun tanto fanáticos. En 1833 tenian por cacique á un indio bastante instruido para desempeñar perfectamente el cargo de administrador, y cuya integridad á toda prueba era las mas estimable de sus prendas.

Y ella aprobaba: que había visto Argensola... Al marcharse le ofreció su apoyo. Era el amigo de su hijo y estaba acostumbrada á sus peticiones. Los tiempos habían cambiado; don Marcelo era ahora de una generosidad sin límites... Pero el bohemio la interrumpió con un gesto señorial: vivía en la abundancia. Julio lo había nombrado su administrador.

Palabra del Dia

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