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Actualizado: 30 de junio de 2025


La marquesa miraba de hito en hito a Simón mientras éste iba hablando; pero en Simón caían aquellas miradas, que no eran de miel, como chispas de pedernal en un montón de nieve. En seguida le dijo: Insisto en que se ha robado mucho en esta casa; mucho más de lo que se ha gastado en ella..., y hasta cómo se ha robado... Perdone la señora marquesa que, como administrador...

Respecto a D. Acisclo, pensaba doña Luz como su padre, y no guardaba al antiguo administrador la más ligera inquinia, porque se hubiese alzado con casi todo el caudal de sus mayores. Si el marqués se había empeñado en arruinarse, ¿qué pecaba en ello D. Acisclo?

Seré el amo, seré el administrador de nuestros bienes. ¿Y la fábrica, esa fábrica en que ni siquiera a punto fijo lo que hacen? Allá veremos. ¡Oh, señor don Juan, mi querido Nepomuceno, habrá escena, ya lo , pero estoy resuelto! Venga la escena. Pero todo eso, mañana.

Con las palabras más dulces del mundo, deshaciéndose en elogios y en palabras de agradecimiento hacia usted, me dijo que la señorita Amparo, ayudándola en el cuidado de las niñas del colegio, ganaba lo bastante para sus necesidades. No supe qué contestar. Amparo volvía a hacerse superior a . Mi administrador continuó impasible relatándome sus cuentas.

El concejo y vecinos de aquel lugar, y, por supuesto, todos los despojados anacoretas, siguieron á pie al esclarecido magnate, entre grandes aclamaciones, y de este modo llegaron al Monasterio, donde permanecía Fr. Hernando como administrador ó encargado del Obispo de Plasencia.

Al fin en las de dos años antes, leyó lo siguiente: Cargo: recibido de doña Amparo, cuatro mil reales. No pude contenerme: mi irritación estalló; mi administrador es un asesino: apuré con él la suma de los dicterios conocidos y por conocer y le destituí. Amparo se engrandecía a mis ojos.

Y contestado S. E. que estaba llano en que se hiciese la publicacion, mandaron se pase en el acto órden al Administrador de Correos para que no permita salir posta ni extraordinario á ningun destino hasta nueva providencia de este Cabildo y Superioridad: y comisionaron al Sr.

Cuando al poco rato llegaron el Administrador y su señora, supimos que ésta, madrileña de pura raza, aficionadísima, por consiguiente, á macetas, era la autora del milagro de que continuasen consagrados á Flora los dos arriates que cuidó en otro tiempo Carlos de Austria.

Al fin me hallé frente a frente del administrador, un señor anciano, pálido, bigote y perilla blancos, traza de militar retirado y gorro de terciopelo azul en la cabeza. ¿Qué se le ofrece a usted? Esta pregunta me pareció tan inaudita, tan bárbara, que me quedé clavado en el suelo, mirándole con espanto. Vamos, caballero, ¿qué se le ofrece a usted?

Se trazó el itinerario, se dispuso y se comenzó el arreglo de la impedimenta, ¡que ya tenía que ver!, y hasta se fijó día para la salida de Madrid. Algunos antes llamó el marqués a su despacho a Simón, el hombre de su confianza, su administrador general e intendente. Dos palabras sobre este personaje: Era manchego, y estaba al servicio del marqués desde algunos años antes que éste se casara.

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