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Actualizado: 30 de junio de 2025
Durante más de veinte años, antes de la época de que hablo, la posición independiente del Administrador había conservado la Aduana de Salem al abrigo del torbellino de las vicisitudes políticas que hacen generalmente tan precario todo destino del Gobierno.
Garmendia no se atrevía a mostrarse francamente volteriano, y procedía en la conversación con insidia, por frases sueltas, por observaciones al parecer cándidas. Los que más se indignaban con él eran dos carlistas cerrados, venidos del interior de la provincia: el uno, administrador de un título; el otro, contratista de piedras. El administrador se llamaba Argonz; el contratista, Echaide.
De usted para mí nada más.... Después usted dará cuenta de lo sucedido a su señora esposa... o no se la dará; eso allá usted... porque yo no me meto en interioridades.... Al fin usted será, naturalmente, el administrador de los bienes de su señora... y aunque yo no sé si estos son parafernales o no... porque no entiendo... y... sobre todo no me importa, y, al fin, el marido suele administrarlo todo... eso es; tal entiendo que es la costumbre... y como la ley no se opone....
Intentolo Rosalía, hallando en la ilustre viuda los mejores deseos; pero daba la maldita casualidad de que su administrador no le había traído aún la recaudación de las casas... Luego se había metido en unos gastos de reparaciones... En fin, que no había salvación por aquella parte.
El fraile administrador díjole entonces que si no los podía pagar, otro se encargaría de beneficiar aquellos terrenos. Muchos que la codiciaban se ofrecían. Cabesang Tales creyó que el fraile se chanceaba pero el fraile hablaba en serio y señalaba á uno de sus criados para tomar posesion del terreno.
Un día fui a visitar a un anciano enfermo, rico propietario, a quien no le quedaba mucho tiempo que vivir. A su cabecera se hallaba su hijo mayor, un hombre de cuarenta años, más o menos, que desde hacía ya mucho tiempo desempeñaba en propiedades extrañas las funciones de administrador, y cuya prometida amenazaba envejecer y consumirse en la espera.
No es el amor y la práctica del bridge la causa de mi desgracia, ¡antes bien mi antigua ignorancia y mi odio actual! Era yo administrador de una de las mejores «cabañas» del país.
Doña Luz, lejos de ofenderse, se reía de esta comparación poco galante, y seguía viviendo en la casa del antiguo administrador. Por otra parte, la independencia de doña Luz era perfecta. Tres o cuatro cuartos le pertenecían exclusivamente en la casa, y estaban amueblados con el gusto más primoroso.
A la mañana siguiente, relatado el desagradable incidente que interrumpió mi sueño, quiso Antonio averiguar quién fuera el velador que había pasado tan mala noche en la galería; pero el Administrador contestó rotundamente que nadie, pues en aquella época de completa tranquilidad era innecesaria la presencia de semejante sirviente.
No solamente estaba su caudal mermado en lo más jugoso y medio en quiebra el resto, sino en manos de un administrador que se pasaba de listo y de aprovechado. De modo que no fueron de gran resistencia los puntales que pudo sacar de allí el banquero para sostener la balumba de sus trapisondas de agiotista.
Palabra del Dia
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