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Actualizado: 22 de junio de 2025


Entonces huyó el niño de allí desolado; corrió ciego a la Nursery y se arrojó de cabeza en su blanca camita, con la enconada amargura y la sombría desesperación del suicida que se arroja, solo y sin esperanzas, en un abismo oscuro, negro, profundo... El sueño, el sueño bendito, fiel amigo de los niños, suave consolador de todos sus pesares, vino al fin a acallar sus sollozos y contener sus lágrimas, adormeciéndole allí mismo, sin variar de postura, vestido todavía y con sus premios en la mano...

El señor de Villanera cree cándidamente en su falsa resignación y creería cometer un crimen abandonando a esta heroína del amor maternal. Para terminar, y con objeto de acallar sus nobles escrúpulos, la señora Chermidy ha susurrado al oído del conde: «Cásese usted por poco tiempo.

Dábale compasión de la víctima, y para evitar su enternecimiento, que podría frustrar el acto, hizo lo que los criminales que se arrojan frenéticos a dar el primer golpe para perder el miedo y acallar la conciencia, impidiéndose el volver atrás. Cogió la hucha y con febril mano le atizó un porrazo. La víctima exhaló un gemido seco. Se había cascado, pero no estaba rota aún.

El berrenchín de Currita igualaba, en efecto, a su inquietud, porque justamente pertenecían sus convidados prófugos a aquella parte sana y virtuosa de la sociedad madrileña que se complacía ella en atraer a su casa para acallar con el ejemplo de estos los escrúpulos de algunos otros, a la manera que en ciertos garitos de industrias prohibidas colocan en el portal la muestra de alguna otra industria inocente, que desorienta a la policía y sirve de cebo a los incautos.

Jorge, mi marido, concluyó por acallar mis escrúpulos. «Tu hermana lo quiere; ¡déjala! Hazla el gusto. ¡Qué te vas a meter a reformar las costumbresMi marido dice que el mundo está dirigido por la insensatez y que es inútil oponerse a este hecho evidente.

La tercera Reducción se puso debajo del patrocinio del señor San Joseph, á instancias del piadosísimo señor marqués de Toxo, D. Juan Joseph Campero, insigne bienhechor de esta cristiandad, y se fabricó sobre un monte, por cuya falda corre un riachuelo que fecunda un gran espacio de tierra llana; fundáronla los Padres Felipe Suárez y Dionisio de Avila, que por gran tiempo fueron inseparables compañeros en sus trabajos y sudores, no teniendo muchas veces con qué acallar el hambre y reparar el cuerpo en tantas y tan largas fatigas; y así, para que oprimidos de las incomodidades no diesen con la carga en tierra, les vino no mucho después á ayudar el P. Antonio Fideli.

Y, ocurriéndosele, ¿qué habría pensado de esos rastros que las babosas dejan sobre las flores si no se madruga a recogerlas?... ¡Oh, qué diabólica idea se enredó con esta otra, de repente, y penetró en mi discurso, como ladrón artero en casa mal cerrada! ¡Cómo se revolvía entre las demás, y rebuscaba los escondrijos para saquearme el repuesto y hacerse dueña y señora de mi juicio!... Y ¡qué recio voceaba, allá dentro, muy adentro!... Y ¡qué afanes los míos para acallar sus voces, como si temiera que las ondas del aire las llevaran hasta él! ¡Desdichada de si las oía, o el diablo le inspiraba igual idea!

Sólo dos cosas negó la Naturaleza a la Fortuna, que ni puede hacer generoso al mezquino, ni consigue acallar el remordimiento en la conciencia del malvado.

En la segunda fase de aquella etapa de su vida, todo era esperanzas: habíanle trazado con sombrías tintas el plano de la revuelta arena del mundo. «Aquí abajo no hay, le dijeron, sino males y perfidias; pero serás de los que tienen por misión encadenar el dolor a la esperanza de la dicha.» A pesar de no considerar completos los ejemplos que se le ofrecían, todo lo que aprendía, sus vigilias y desvelos, cuanto intelectualmente se asimilaba, venía a compendiarse en una palabra de amor divino, que le hubiera hecho fijar los labios en la escrófula del enfermo, si esto bastara para curarla, entusiasmo capaz de llevarle a los campos de la guerra para acallar con su rezo la maldición del desgraciado y dar alas al alma del creyente moribundo.

Pasaron muchos días, recibió otras e hizo lo propio, sin contestar a ninguna: mas la violencia que esta entereza le costaba iba poco a poco aumentando. En vano se había condenado voluntariamente a no saber de él: rompía las cartas, pero no lograba acallar los antojos de su fantasía.

Palabra del Dia

rigoleto

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