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Actualizado: 14 de junio de 2025
Escribir es muy fácil, sobre todo cuando se escribe mal. Por eso tenemos en España tantos literatos; Y tantos poetas; Y tantos periodistas; Y tantos sabios. Esto consiste en que en España todos estamos aburridos, o tenemos frío o hambre, y nos distraemos escribiendo. También es cierto que son muy pocos los que se distraen leyéndonos. Por eso en España los escritores no tenemos un cuarto.
Lo necesitaba para todo mi séquito: los secretarios, la compañía de bravos encargada de defenderme, y un sinnúmero de aburridos que, encontrando muy interesante mi persona, me seguían por todo el planeta, como aquel misántropo que seguía á un domador de ciudad en ciudad, esperando que sus fieras lo devorasen.
Además de esto, las rejas, que sólo dejaban ver la pared de enfrente; la aridez de la ciudad, donde no se encontraba una hoja verde; los aburridos paseos al lado del cura por aquel puerto de aguas muertas que olía a almeja corrompida y sin otros barcos que algunos veleros que llegaban a cargar sal... El día anterior, unos cuantos correazos más fuertes habían acabado con su paciencia. «¡Pegarle a él! ¡Si no fuese un cura!...» Se había fugado, emprendiendo a pie el regreso a Can Mallorquí; pero antes, como venganza, desgarró varios libros que el maestro tenía en gran estima, volcó el tintero sobre la mesa y escribió en las paredes vergonzosas inscripciones, con otras travesuras de mono en libertad.
Hay en París un gran jardín hecho para los aburridos: hállanse en él relativa soledad, árboles, verde césped, floridas platabandas, alamedas sombrías y una turba de pajarillos que parecen estar allí tan a su placer como en pleno campo.
Invitamos a algunas muchachas de aire equívoco a tomar algo en los cafés y tabernas; pero al vernos borrachos huían. Aburridos, cansados, dimos con nuestros cuerpos en una tienda de montañés próxima a la Puerta del Mar. Aquella noche hice yo un gasto de cólera y de rabia inútil. Al entrar en la taberna vi a un hombre moreno, mal encarado, que me miraba de una manera aviesa. Debía de ser un matón.
Los saltadores son los más intelectuales y elegantes de los arácnidos. No son metódicos, no son extáticos. Corren, brincan, se mueven prestamente. No fabrican urdimbres donde permanecer hastiados; no labran agujeros donde esperar aburridos. Son mundanos, son errabundos. Vagan ligeros por las puertas y por las paredes soleadas. Persiguen las moscas; las atrapan saltando.
Los cocheros y lacayos, desde lo alto de los pescantes, dejan caer miradas olímpicas sobre las carrozas, y murmuran de vez en cuando alguna frase insolente y obscena a propósito de las damas que pasan cerca; o examinan fijamente las libreas de sus compañeros, proponiéndose exigir otras iguales de sus amos. Los caballos, aburridos, se contemplan sin cesar, y guardan silencio como sus señores.
Se hacen comentarios sobre las contingencias que pueden ofrecer las operaciones realizadas, se discuten las noticias políticas y se habla de las bajas que la crisis produce. El sol cae a plomo sobre la gran plaza, y los chicos de los tílburis dormitan, aburridos.
Presentóse como víctima de una persecución tenaz, insidiosa, de mil intrigas urdidas para desacreditarle y en las que intervenían una porción de personajes de la banca y la política. Los circunstantes, cada vez más cansados y aburridos, se decían ya en voz baja: ¡Esto es ridículo! ¡Este hombre está loco! A medida que leía se iba enardeciendo.
Con las cosas bonitas que cuenta me entretiene, y casi no me acuerdo de que no hay en casa más que dos onzas de chocolate, media docena de dátiles, y algunos mendrugos de pan... Si has de traerme algo, sea lo primero para estos pobres gatos aburridos, que desde el amanecer no me dejan vivir. Parece que me hablan, y dicen: «Pero ¿qué es de nuestra buena Nina, que no viene con nuestra cordillita?».
Palabra del Dia
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