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Actualizado: 19 de julio de 2025
Acordábase D. Manuel de aquel lance como si hubiera ocurrido el día anterior; veía a su abuelito, D. Antonio Moreno, que todavía usaba chorreras, corbatín de suela y casaca a todas las horas del día.
Haced de modo que una criatura diga á un viejo: ¿abuelito, qué hará usted en la sepultura? ¿Abuelito, hacia usted muchas travesuras cuando era niño? Estudiad la cara del viejo al oir estas dos preguntas, y este estudio nos dirá más que toda la filosofía teórica. Hay otra razon para que el anciano sea egoista en el primer período.
Como si no lo oyera, lo mismo que antes de la noche memorable, el vizconde de la Ferronière se estaba quieto y silencioso, «sage comme une image». No seáis terco, abuelito intervino doña Inés. Ved que inquietáis a Pablo. Dios podría castigaros manifestole doña Brianda dejándoos allí otra vez para siempre.
Sí, Rorró, prosiguió conmovida así entendía estas cosas tu papá; así las entendía tu abuelito. Mira; oye mis consejos, que no te irá mal. Aunque eres pobre te casarás, sí, porque no te has de quedar soltero, como don Román, tu maestro, ni has de ser sacerdote. Te casarás, y... ¡cuánto le pedimos a Dios que hagas buena elección!
Registrando un estante arrumbado me encontré varios documentos, cartas del abuelito y una copia de su testamento. En ellos leí la historia de mi tío, y pude estimar el alma nobilísima del testador, generosa y desinteresada como pocas. ¡Y vaya si el anciano militar era bueno! ¡Y vaya si era inteligente! ¡Qué cartas tan bien escritas!
¡Por vuestros pecados! exclamó indignada doña Brianda. No, por el perdón de los pecados de abuelito el vizconde intercedió seductoramente doña Inés. Vamos, perdonadme, oh duquesa, mi ilustre consuegra, por el amor de nuestros hijos solicitó galantemente Guy de la Ferronière a doña Brianda, que, en prueba de su buena voluntad, le tendió la mano para que la besara.
Sólo una vez, por mayo o junio, no recibí el dinero en los primeros días del mes. Escribí; y vino orden para que un villaverdino ricacho, de años atrás establecido en la Capital, me diese veinticinco duros. Por Andrés vine en conocimiento de que entonces vendieron la casita, la hermosa casita en que nací, donde murió el abuelito, donde murieron mis padres.
No había más remedio que dilatar el experimento, tanto por esto cuanto porque convenía hacerlo a la luz del día. Cogió a su nieto, y sin decirle palabra lo llevó hasta una pieza que había debajo del alero del tejado y servía de trastera. Al abrir la puerta y ver aquella cueva tenebrosa, el niño retrocedió asustado. No, yo no entro ahí, abuelito.
Basta con que el chico sea formal y trabajador». Casose luego la mayor, llamada Benigna en memoria de su abuelito el héroe de Boteros. Esta sí que fue buena boda. El novio era Ramón Villuendas, hijo mayor del célebre cambiante de la calle de Toledo; gran casa, fortuna sólida. Era ya viudo con dos chiquillos, y su parentela ofrecía variedad chocante en orden de riqueza.
La voz dolorida del niño, amarrado a la mesa, repetía sin cesar: ¡Abuelito, deja a papá!... ¡deja a papá! El loco al fin fue adquiriendo alguna ventaja. Las fuerzas de Mario mermaban. Sus dedos cedían: el peso y el volumen de D. Pantaleón le asfixiaba. Logró éste al fin ponerse encima de él y sujetarle. ¡Ya eres mío! ¡ya eres mío! gritó lanzando feroces carcajadas.
Palabra del Dia
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