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Actualizado: 6 de octubre de 2025
"Tenemos que hablar" le decían de vez en cuando sus ojos, mientras con su aire cortesano fingía no perder palabra de la abuelita, que pronto calló para sumergirse en la cavilación de las causas que habían motivado el retiro de Medrano. José Luis reanudó su charla.
Se dirigía particularmente a la abuelita, quien le escuchaba aprobándole con su gesto plácido de anciana. Carmen celebraba con alegre exageración los pasajes graciosos, y Zoraida, mucho más comunicativa que de ordinario, le interrogaba y tomaba parte activa en la conversación. La presencia de José Luis había alterado el ambiente de la casa. Eran otras ahora las caras de Zoraida y de Carmen.
No creo que sea preciso, porque esta bien claro mi derecho. Vuestra serenísima majestad cogerá una herencia, porque sin herencia todo sería pulgas, ¿verdad, hermosa? Mi madre no vive. Mi abuela sí. ¡Ah!, ¿la abuelita de tu vuecencia vive? ¿Y quién es la señora pindonga? No se burle usted, tía.
Al fin descansaré: bien lo necesito... Ya llegan los convidados, mi abuelita me manda que los reciba. Estoy preciosa esta noche... Entran ya. ¡Cuánta sonrisa, cuánto brillante, qué variedad de vestidos, qué bulla magnífica! y... en fin, ¡qué cosa tan buena! Hay una tibieza en el aire que me desvanece; me zumban los oídos, y en los espejos veo un temblor de figuras que me marea.
¡Siempre tu misma manía! Con esas ideas extrañas añadió Carmen todas debemos hacer lo posible para quedarnos solteras. El amor, para nosotras, sólo puede venir como una desgracia, replicó Zoraida. Y la voz le temblaba. Un día Adriana preguntó por Julio. ¡Está aquí! exclamó Carmen. Lo dejamos arriba, con abuelita, cuando tú llegaste.
Abuelita nos ha reprochado que no se la hubiésemos llevado, para verla. Ella conoció mucho a los bisabuelos de Adriana". "12 de mayo. "Ya somos con Adriana las más íntimas amigas. ¡Qué admirable su espíritu, su modo! Nos queremos entrañablemente. Hay en ella una sensibilidad finísima. Todos los elogios serían pocos para ella". "13 de mayo.
No tenía sueño; por el contrario, sentía como una exaltación de todo su ser, y una ansiedad confusa, un desorden en todas sus ideas; reaparecían en su espíritu las historias de amor evocadas por la abuelita de las Aliaga, luego la escena extraña en el comedor, la tragedia de Laura, la expresión de dolor en la cara de Julio; en seguida afluyeron también las imágenes de sus antepasados atormentados de pasión, y su abuela mística y sus éxtasis incomprendidos; todo desfilaba con una agitación de pesadilla y la rodeaba como de una atmósfera sugestionante.
Debe nutrirse con leche, pollos, huevos frescos y cosas análogas. ¡Cuando yo le decía a usted prorrumpió la abuelita encarándose con el tío Pedro que el señor es el mejor médico del mundo entero! Cuidado que no cante advirtió Stein. ¡Que no vuelva yo a oírla! exclamó con dolor el pobre tío Pedro.
Reunidas en el comedor, tenían las manos lánguidamente caídas sobre la carpeta de terciopelo rojo, menos Carmen, que con las suyas se cubría la cara para seguir más abstraída en la imaginación de las escenas que había evocado la anciana. ¡Qué mal hace abuelita, dijo Zoraida, de hablar así delante de esta chica! Tiene ya la cabecita llena de novelas.
Iban todas a subir a la habitación de la abuelita, cuando sonó el timbre de calle y se anunció José Luis. ¿Y piensas recibirle así? dijo Carmen mirando a Laura de arriba abajo, sorprendida de su desaliño. Ella le respondió con un ligero gesto de fastidio. Pero tú, Adriana, mientras ellas suben con él, vendrás a conversar conmigo.
Palabra del Dia
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