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Actualizado: 6 de octubre de 2025
En el comedor, con dos caballeros de edad, discutía las cosas públicas el buen tío de Lucía y Ana, caballero de gorro de seda y pantuflas bordadas. La abuelita de la casa, la madre del señor tío, no salía ya de su alcoba, donde recordaba y rezaba. La antesala era linda y pequeña, como que se tiene que ser pequeño para ser lindo.
Le besaba, se entretenía algunos instantes en charlar con él, y cuando le parecía que había robado demasiado tiempo al estudio de la sustancia gris, le decía empujándole hacia la puerta: Anda, chiquito, baja con tu abuelita, que yo no puedo perder un solo minuto. Dejole llegar hasta sus rodillas y le acarició distraídamente pasándole la mano por los cabellos.
Era para ella una emoción deliciosa oírse consultar sobre la remota pasión de aquel antepasado. De todos modos volvió a sugerir Carmen el amor en los tiempos de abuelita tenía algo de más romántico, de que sé yo... Era posible entregarse completamente a la ilusión divina... Hoy también murmuró Laura a media voz. ¡Oh!
Tan notables fueron los primeros exámenes de derecho rendidos por Juanillo Simplón, que él, su padre, su madre, su tía, su abuelita y su padrino, todos de común acuerdo y sin la menor discrepancia, resolvieron que era un futuro hombre de genio.
Eso es, señor Cura, lo que yo le iba á preguntar á usted. Pues salió yendo á la iglesia, arrodillándose delante del altar de Santa Ana y diciendo á la Santa con mucha devoción: Vengo á decirle á usted, santa abuelita, que mis hijos me ponen en un potro, pues el uno que llueva solicita, y... que no llueva solicita el otro.
Una señora elegante salida de él la sonreía, intentando abrazarla. ¡Abuelita!... ¡abuelita! Lo primero en que se fijó la vieja fué que la bailarina célebre iba vestida de luto: un luto vistoso y sobradamente llamativo, pero luto al fin, que sólo podía ser por su hermano Alberto. Se sintió empujada cariñosamente al otro lado de la verja que acababa de abrir la doncella.
Y adivinó cuál era el deseo de su abuela. ¿Quieres llevarme á verlo? Bueno; te acompañaré esta noche, pero con una condición: la de que te quedarás á comer conmigo. El recuerdo de su hermano había hecho surgir en ella otros recuerdos. ¡Ay, abuelita! No es el pobre Alberto el único que fué á la guerra. Otros hay que viven aún; y los que viven inspiran mayores preocupaciones que los muertos.
No me he fatigado gran cosa. Yo creo que estoy mejor. Las pildoras de Dehaud, me parece que me prueban bien. Vaya, me alegro que al fin hayamos dado con una medicina que produzca algún efecto... ¿Quieres sentarte? Abuelita, dame un chocho dijo la niña interrumpiéndoles. No tengo, hija mía... ¿Tienes algún caramelo, Ventura? No. Tene Jame que está aquí. Venturita se puso horriblemente pálida.
Santa abuelita, yo bien considero que usted dirá: «Salidas de pavana de esa naturaleza oír no quiero.» ¡Pues haga usted lo que le dé la gana!
Luego sintió nostalgia y cierta cortedad al verse arriba, en el comedor, sentada á una mesa enorme, teniendo enfrente á su nieta, y más allá á un criado ceremonioso que tampoco le era simpático. Admiraba los manjares, reconociendo que nunca había comido tan bien, pero sentía un vivo deseo de terminar cuanto antes. Miró el reloj de la chimenea. Eran cerca de las ocho. No tengas prisa, abuelita.
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