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Actualizado: 15 de junio de 2025


21 Y todo el pueblo se volvió en paz al campamento a Josué en Maceda; que no hubo quien moviese su lengua contra los hijos de Israel. 22 Entonces dijo Josué: Abrid la boca de la cueva, y sacadme de ella a estos cinco reyes.

Porque las mujeres como no pueden hablar de ciertas cosas sin profanarlas dijo temblando de cólera el concejal. ¡Ja, ja! Abrid los balcones, chicos, porque este chavó tiene calor dijo con risa sarcástica; y enfureciéndose de pronto: ¡Mira, niño, no me vengas con infundios! eres un mamarrachillo y ella un saco de pus. ¿Lo oyes bien?

Orfeo regresa en la negra barca, en cuyo mástil descansa una cruz, y canta: .....Abrid, Confusas obscuridades, Las aldabas y cerrojos De vuestra lóbrega cárcel. Acompañado de los vítores de los rescatados, las dos embarcaciones se dirigen en triunfo al Alcázar de la paz eterna.

Abrióse ésta al momento, y la dolorida voz de la duquesa exclamó: Salvadme, caballero, salvadme; abrid el postigo; entrad; yo muero. El duque entró, y encontró á doña Juana desmayada. Entonces hizo salir la litera de la casa de enfrente, sacó á doña Juana en sus brazos, la metió en la litera, cerró el postigo, y partió hacia Navalcarnero.

Pero, ¡voto al diablo!, abrid de una vez repitió sacudiendo vigorosamente la puerta . ¿O es que queréis quedaros agazapados como las gaviotas en el hueco de una roca? Por fin abrieron. La bruja dijo al pirata: «Buen capitán, en verdad, No seré yo tan ingrata, Y tendréis vuestra beldadVÍCTOR HUGO, «Cromwell».

Quevedo buscó inútilmente en la parte baja del alcázar al tío Manolillo, y subió á su aposento, á cuya puerta llamó inútilmente repetidas veces. Al fin Quevedo gritó: Si estáis ahí, tío Manolillo, abrid, hermano, abrid á Quevedo. Oyéronse violentos pasos y se abrió la puerta. Apareció el bufón pálido y desencajado.

Abrid paso exclamó uno de los diputados más notables de las Cortes de entonces. Lázaro tuvo una inspiración. El recuerdo de su joven y amable amiga le fortalecía; y á la manera de aquellos caballeros antiguos, que invocaban el auxilio soberano de su dama antes de entrar en combate, procuró evocar todas las imágenes de gloria y felicidad que le habían dado estímulo.

Francisco Montiño, cocinero mayor del rey. Os aconsejo que no salgáis dijo el hostelero ; nadie se mueve de noche aunque oiga lo que oiga. ¡Abrid, vive Dios! exclamó Juan Montiño , ú os abro la cabeza. El hostelero abrió sin replicar. Los tres jóvenes se lanzaron en la calle. Un hombre estaba rodeado de otros cuatro. Otros dos hombres se llevaban un bulto.

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