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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Su cerebro hervía; en su corazón se enrroscaban culebras mordedoras; su pensamiento era un volcán; deseaba la muerte; aborrecía la vida; hablaba sin cesar consigo mismo; miraba á la luna; se remontaba al quinto cielo, etc. ¡Cuántas veces le sorprendió la noche en melancólico éxtasis delante del cristal, olvidado de todo, hasta de su propio comercio y modo de vivir!
Además, ¡quién sabe de lo que sería capaz aquella loca si se veía acosada! Una viva irritación se iba apoderando del alma pacífica del presbítero. Hacía ya tiempo que no estimaba a la exaltada beata; ahora la aborrecía. Cuando regresó a casa era ya noche. Se encerró en su cuarto sin preguntar por su compañera, y continuó meditando con febril impaciencia sobre el mismo tema.
En cambio Poldy gustaba del sosiego y de la tranquilidad del campo y aborrecía el bullicio malsano de las ciudades muy populosas. Rara vez Poldy iba a Albany y más rara vez aun iba a Nueva York. En su quinta gozaba ella de todo el bienestar, lujo y regalo, que ofrece la civilización moderna a los que son muy ricos.
Era Doña Flora persona muy prendada de las cosas antiguas; muy devota, aunque no con la santa piedad de mi Doña Francisca, y grandemente se diferenciaba de mi ama, pues así como ésta aborrecía las glorias navales, aquélla era entusiasta por todos los hombres de guerra en general y por los marinos en particular.
Los Turcos, y Turcoples que eran los fieles á Rocafort, quedaron tan pasmados y atónitos del hecho, que no pudieron tomar resolucion. Los Almugavares estaban divididos, la mayor parte le amaba, la otra le aborrecía, pero toda la gente de estimacion y la nobleza, como la mas ofendida, era la que procuraba con muchas veras su perdicion.
Ramoncito se creía sinceramente enamorado de Esperancita, y acaso tuviera razón para ello, pues la apetecía, pensaba en ella a todas horas, buscaba con afán los medios de agradarla y aborrecía de muerte a sus rivales. Por mas que se esforzaba en seguir los consejos del admirado Pepe Castro, procurando ocultar su inclinación o al menos la vehemencia con que la sentía, no lo lograba.
¿Os llamáis don Juan? Sí. Seguidme, os esperan. Guiad. El bufón tiró adelante; no quería hablar ni una sola palabra más con aquel hombre que hacía tan infeliz á Dorotea, con aquel hombre á quien aborrecía, porque no amaba á la comedianta. Y así, el tío Manolillo delante y don Juan detrás, llegaron en muy poco espacio á la calle de Don Pedro.
Así era la vida que la opulenta condesa de Trevia, gloria y admiración de los salones de la corte, verdadera estrella Sirio de la sociedad madrileña, encontraba dulce y amable. Algunos días salía de caza, con no poca pesadumbre, pues aunque amaba el ejercicio y los campos, aborrecía la muerte de los animales inocentes. Además, se veía precisada á estar con él algunas horas.
El mas vecino, y poderoso enemigo era Angelo, Príncipe de los Blacos, y el Emperador Andronico que como Príncipe Griego aborrecia el nombre latino, y queria hechar de su Estado al Duque, y á los demas Franceses que le seguían. El Despota de Larta, llamada de los antiguos Andracia, tambien le apretaba con sus armas.
Estas y otras calidades distinguían a Pepe Ronzal, a quien Joaquinito Orgaz tenía mucho miedo. Tal vez sabía el de Pernueces que Joaquín imitaba perfectamente sus disparates y manera de decirlos. Además, Ronzal aborrecía a don Álvaro Mesía y a cuantos le alababan y eran amigos suyos. Joaquín era uña y carne del Marquesito el hijo del marqués de Vegallana y este el amigo íntimo de don Álvaro.
Palabra del Dia
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