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Actualizado: 2 de mayo de 2025
Temía que mis generosos amigos fuesen víctimas de su abnegación, y mis presentimientos se vieron realizados, al menos para Teobaldo, pues algunos días después, enfermo de bastante gravedad, padecía la misma dolencia que me aquejaba; Carlos entonces se alejó de mí, me abandonó; Teobaldo estaba peligrosamente enfermo, y era el amigo a quien amaba más en el mundo.
Los sentidos y las pasiones te gobiernan, y la forma es uno de tus dioses más queridos. Para ti han pasado en vano diez y ocho siglos consagrados a la sublimación del espíritu. Y esta sociedad egoísta que ha permitido tal abandono, ¿qué nombre merece?
En primoroso lecho de ébano con incrustaciones de marfil, reposaba una joven de tez blanca, blanquísima, y cabellos negros, negrísimos. Reposaba con un abandono sin delicadeza, en una posición de animal bien cebado. Hasta en el sueño es posible conocer la condición y espiritualidad de la persona. Salabert tuvo un momento la cortina suspendida.
Le amó porque creyó ser amada por él, ¡por él, que solamente sabe odiar! ¿Cómo fue, entonces, que no llegaron a separarse? Por la parte de él sí: él quiso separarse. Se lo dijo, le echó en cara, como un reproche, su fidelidad, y varias veces la abandonó.
Después sonó el ruido de su cuerpo cayendo sobre la cama, y el estertor de su llanto fue haciéndose cada vez más ahogado. ¡Pobrecilla! dijo la vieja, a la que faltaba muy poco para llorar también . Es buena y está arrepentida de sus pecados. De haberla buscado su padre cuando la abandonó aquel tunante, menos vergüenza y miserias habría sufrido. ¿Y su salud?
Felipe II no había querido entender nunca que «el Príncipe que fuere señor de la mar, será monarca y dueño de la tierra;» tenía en abandono y sin defensa los puertos; flacas y necesitadas de todo las armadas, incapaces por el número de cubrir el vasto imperio de las Indias Orientales y Occidentales, y de asegurar la venida de los tesoros en que consistía el secreto de su poder.
María Teresa, que no había perdido una palabra de esta entrevista, se sintió incapaz de continuar oyendo; abandonó el gabinete y se refugió en su cuarto para llorar. Así era lo que Juan quería hacer para que ella pudiera casarse con Huberto.
Pronto, no obstante, volvieron todos a sus respectivos destinos y residencias, y el castillo quedó en abandono y en más honda soledad y silencio. El conde Enrique, Poldy, su aya y tres criados, fueron ya los únicos moradores del castillo. Poldy sintió profundamente la irreparable pérdida que había tenido.
Era hombre de edad, solterón, y vivía desahogadamente de sus rentas y de su retiro de coronel del ejército. A poco de la guerra de África, abandonó el servicio activo. Era el único individuo de la tertulia que no tenía trampas ni apuros de dinero. Su existencia plácida y ordenada, reflejábase en su persona pulcra, robusta y simpática.
Pues de un modo muy sencillo: dejando todo, su señora, casa suya, galán bunito; yéndose a vivir con Almudena, y quedando unidos ya los dos para toda la vida. No respondió la anciana con negación rotunda por no excitarle más, y se limitó a presentarle los inconvenientes del abandono brusco de su señora, que se moriría si de ella se separase.
Palabra del Dia
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