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Actualizado: 6 de julio de 2025
Entre los engaños que a la tierra nos apegan, uno hay que ilude más dulcemente con mieles suavísimas, con regalos tan inefables y embriagadores, que es lícito al hombre entregarse a un bien que, con ser fingido, así embellece y dora la existencia. Óyeme, óyeme.
Como Adriana advirtió que Laura iba a intervenir, acaso para desviar la conversación, le tomó rápidamente las manos: "Óyeme, óyeme, murmuró te preguntaré una cosa". Pero no tenía idea de preguntarle nada y sólo, sí, el propósito de impedir que se interrumpieran las revelaciones de Carmen. Porque cuando habla con Laura tiene un modito de mirarla...
Oyeme: ¡no te apenes si ves que lloro, y déjame, déjame que te cuente todas las tristezas de mi vida! Quise ahorrarle aquella pena, y le pedí que habláramos de otra cosa; le rogué que no me atormentara, con aquella narración dolorosa. ¡A qué saber la historia de Angelina! ¿No me bastaba saber que vivía para mí? ¡No! ¡Me oirás! ¡Me oirás, Rorró!
Y ahora, sobrina, óyeme bien. Aun no conoces al señor de Le Maltour, para formar opinión de él, y quiero absolutamente que le trates con intimidad antes de que des una contestación definitiva. Voy a escribirle a la señora de Le Maltour, que la resolución depende de ti, y que autorizo a su hijo a que se presente en el Pavol cuando le plazca. Muy bien, mi tío, haced lo que queráis.
Después... ¡a qué decirlo!... Me dijiste: «te amo», y quise callar, y no pude; y cuando intente matar tu cariño con una palabra desdeñosa, se abrieron mis labios, y dijeron: «¡yo también te amo!» Sí, te amo, Angelina!... Oyeme. Me has lastimado el corazón; has entristecido mi alma.... Pero te perdono, te perdono, porque lo has hecho sin saber lo que hacías.... Estoy segura de ello.
Óyeme... Precisamente, una de las ideas que me aterran es la de no tener valor para ir hasta el fin. Ah, ¿de modo que quieres tú misma atarte las manos? Ya no me casaría; y por el contrario, me daría horror el pensar que me caso con un hombre sin quererlo. Pues entonces, yo se lo diré todo a mamá, y a tío, para que no te permitan cometer esta locura. No lo harás. Te juro que lo haré.
¿Y quién es Muñoz? ¿Tiene algo de común contigo, al menos? ¡Hacerle a Julio la afrenta de casarte con otro! Tu propósito lo adivino, pero no tiene ninguna razón de ser, porque Julio no es para mí sino un amigo, como tú. Óyeme: en un tiempo tuve celos, sí, te lo confieso. Ya lo habrás leído en mi diario... Y a propósito, ¡qué picardía la tuya y la de Camucha, ir a leer el diario de mi vida!
Óyeme antes de publicar tus decretos: nada tengo que oponer á lo expuesto por el barbudo Lope de Rueda, sino apoyar sus demandas y añadir que, así como tú condenas los conciliábulos de hechiceros y de otros malvados, prohibas la costumbre de juntarse tres ó cuatro poetas para componer una comedia; si este uso se extiende y arraiga, engendrará monstruos y no comedias, siendo imposible que logre aplausos una obra que no haya sido pensada y escrita por un solo hombre, y que aquéllos que se consagran á este trabajo, no merezcan apellidarse menestrales más bien que poetas.
Cada día me convenzo más interrumpió Morsamor del fundamento y de la justicia, con que te llamo doncel sutil. Tales son en este momento tus sutilezas, que no las entiendo. Pues préstame atención y óyeme replicó Tiburcio y ya verás, cuán bien me entiendes y cuán claro me explico.
Isagani se encogió de hombros y siguió mirando. Basilio trató de arrastrarle de nuevo. ¡Isagani, Isagani, óyeme, no perdamos tiempo! Esa casa está minada, va á saltar de un momento á otro, por una imprudencia, una curiosidad... ¡Isagani, todo perecerá bajo sus ruinas! ¿Bajo sus ruinas? repitió Isagani como tratando de comprender sin dejar de mirar á la ventana.
Palabra del Dia
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