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En aquel momento, Wittmann, que se hallaba de pie cerca de la ventana, comenzó a decir: Aquí llega el gobernador, que viene a inspeccionar las talas que se hacen alrededor del pueblo. En efecto; el comandante Juan Pedro Meunier, llevando un gran sombrero de picos y la faja tricolor a la cintura, atravesaba la plaza. ¡Ah! dijo el sargento , voy a pedirle que firme la hoja de ruta.

Entonces Hullin, con los codos hacia adelante, las gruesas orejas rojas entre las manos y bajando la voz contó lo que había visto: las talas alrededor de la ciudad, la distribución de las baterías en las murallas, la publicación del estado de sitio, los carros de heridos en la plaza de armas, la conversación con el viejo sargento en casa de Wittmann y el resumen de la campaña.

, hermanos hasta tocar el bolsillo respondió Wittmann . Vamos, eche usted un trago, y eso le tranquilizará. Entonces, ¿usted ha visto pasar quince mil? añadió el almadreñero.

Perdón, ciudadano; me veo obligado a dejarle. Como usted quiera, mi sargento, y gracias. Si vuelve usted a ver a Gaspar, dígale que le lleva un abrazo de Juan Claudio Hullin y que esperamos noticias suyas en la aldea. Bien..., bien..., no dejaré de hacerlo. El sargento salió, y Hullin vació su jarro, muy pensativo. Señor Wittmann dijo al cabo de un momento , ¿y mi paquete?

, Wittmann; los días son cortos, y los caminos, a través de los bosques, difíciles después de las seis; tengo que llegar a buena hora. Entonces, buen viaje, maestro Juan Claudio. Hullin salió y atravesó la plaza apartando la vista del convoy, que estaba aún parado a la puerta de la iglesia.

Hullin no pudo ver por más tiempo aquellas escenas y se dirigió, pálido como la muerte, a casa del posadero Wittmann, que se hallaba enfrente. Wittmann era también comerciante en pieles y cueros. ¡Qué! ¿Es usted, maestro Juan Claudio? exclamó el posadero viéndolo entrar . Viene usted más pronto que acostumbra; no le esperaba hasta la semana próxima.

El sargento iba y venía de un lado a otro por la sala y seguía frotándose las manos, mientras que Wittmann le servía una copita de aguardiente; Hullin, sentado cerca de la ventana, había visto desde el primer instante el número del regimiento a que el veterano pertenecía: el 6.º de infantería ligera; Gaspar, el hijo de la señora Lefèvre, servía en aquel regimiento.

El tiempo refresca; papá Wittmann, ha hecho usted bien encendiendo la estufa, ¡Una copita de coñac para disipar la niebla! ¡Ején, ején!

Las observaciones de Wittmann, de Boelher, de Otton, primeros esperimentadores del sulfato de quinina, le atribuyen los mismos síntomas que á la quina y en el mismo órden de desarrollo: escitacion del sistema sanguíneo, congestion é irritacion cerebrales, afeccion gástrica y de todos los órganos digestivos, orina mas abundante, turbia y sedimentosa, afeccion de la laringe y estado anginoso, y otros síntomas mas especiales que las fuertes dósis empleadas en un principio no favorecieron su libre desarrollo: sobreescitacion de la sensibilidad y de los sentidos, disecea, ronquera, dispepsia, diarrea, timpanitis, apatía moral, dolores dislacerantes, chasquido en las articulaciones, accesos tercenarios y cotidianos, reproduccion de los accesos á los ocho dias.