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La única manera de vivir seguro en aquella tierra es irse con el que manda. Mi general era el hombre de confianza del presidente y el sostenedor de la candidatura patrocinada por éste.

Al mismo tiempo que romántico, feudal y sostenedor de los conservadores agrarios, es un hombre del día: busca las soluciones prácticas y muestra un espíritu utilitario, á la americana. En él se equilibran el instinto y la razón. Alemania, guiada por este héroe, había ido agrupando sus fuerzas y reconociendo su verdadero camino.

A este prestigio de «punto» de fuerza, así como la serenidad con que abandonaba el dinero, hacía que le respetasen sus nuevos amigos, viendo en él un firme sostenedor del juego de la sociedad. La nueva pasión se apoderó rápidamente del espada.

El mástil del navío helénico era una encina colocada por Minerva, y este mástil encantado, alma del buque, hablaba, dando oráculos salvadores en los momentos de peligro. ¿Por qué no podía hablar también aquella chimenea gigantesca, que entre los palos completamente inútiles de la navegación moderna era la representación del movimiento y la vida, la gran propulsora, como lo había sido el mástil antiguo sostenedor del velamen?...

El señor José, al hablar de los rebeldes, sentía la cólera de un antiguo sostenedor del orden, moldeado por la disciplina. El guardia civil resucitaba bajo su blusa. Reconocía que todo estaba mal repartido y que el pobre sufría mucho. El mismo pasaba temporadas de horrible miseria, y su fin, cuando se sintiese viejo, sería mendigar en la calle o morir en el hospital.

He aquí cómo pudiera contestar un sostenedor del principio de contradiccion.

Pero para evitar tal cataclismo, allí estaba su Ramón, el azote de los malos, el campeón de la buena causa, que la sacaba adelante dirigiendo las elecciones escopeta en mano, y así como sabía enviar a presidio a los que le molestaban con su rebeldía, lograba conservar en la calle a los que con varias muertes en su historia, se prestaban a servir al gobierno sostenedor del orden y de los buenos principios.

Cuando doña Bernarda se vio sola y dueña absoluta de su casa, no pudo ocultar su satisfacción. Ahora se vería de lo que era capaz una mujer. Contaba con el consejo y experiencia de don Andrés, más unido a ella que nunca y con la figura de Rafael, el joven abogado sostenedor del nombre de los Brull. El prestigio de la familia seguía inalterable.

Aquel pueblo que había dado a la ciencia de la Edad Media un Maimónides y era el sostenedor de la industria y el comercio hispánicos, salió en masa de nuestro país. España, engañada por su extraordinaria vitalidad, se abría las venas para contentar al naciente fanatismo, creyendo sobrellevar sin peligro esta pérdida.