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Siguió bajando, y al fin encontró el camino que se remonta á Bolivia y que en dirección opuesta iba á conducirle á la costa del Pacífico. Pasó cerca de un año trabajando en las explotaciones salitreras establecidas por los chilenos en la costa del Pacífico. Vivió unas veces cerca de Antofagasta, otras en Iquique y hasta en Arica, junto á la frontera del Perú.

Desavenencias a propósito de la posesión de las salitreras situadas al norte de Iquique, que entonces pertenecía a Bolivia, fueron causa de la contienda. Chile quedó victorioso en la guerra y ha retenido desde aquella época el territorio disputado. En 1891 se produjo la guerra civil a causa de diferencias entre el presidente Balmaceda y el congreso.

Vagaba por las repúblicas del Pacífico, cambiando de ocupación, unas veces en las salitreras de Chile, otras en las minas de Bolivia y del Perú, cuando estalló la guerra, y volvió á Francia para incorporarse al ejército.

Se había cortado las melenas y transformado su traje. Además, siguió con atención, en los diversos lugares de su trabajo, las predicaciones de algunos obreros procedentes de Europa que hablaban contra las compañías salitreras, incitando á los compañeros á la revuelta.

Al fin, un vagabundo que iba de boliche en boliche por las diversas salitreras para robar con sus malas artes de jugador el dinero de los trabajadores, le dió noticias sobre el desaparecido, después de repasar los recuerdos de su propia vida complicada y aventurera.

Como su ausencia iba á ser larga y le era preciso ganarse el pan, resultaba preferible esta ruta, pues al término de ella encontraría las famosas salitreras chilenas, donde siempre hay falta de hombres para el trabajo, y á veces se pagan jornales inauditos. Rosalindo conocía de fama este camino, llamado del Despoblado.

Tal vez alguna de estas damas sentimentales y bigotudas había podido ser su tía. Mientras la fragata completaba en Iquique su cargamento, estuvo en contacto con la muchedumbre trabajadora de las salitreras, rotos chilenos, obreros de todos los países, que no sabían cómo derrochar sus valiosos jornales en la monotonía de unas poblaciones nuevas.

Si tienes suerte continuó el camarada , tal vez en veinte días ó en un mes llegues al puerto de Cobija ó á las salitreras de Antofagasta. Hay arrieros que han hecho el camino en ese tiempo. Y con la ternura que inspira el amigo en pleno infortunio, le dió su cuchillo y toda la pequeña moneda que pudo encontrar en los diferentes escondrijos de su traje.

En pocas semanas ganó lo que al otro lado de los Andes le hubiese costado un año de trabajo. Además, su existencia era mucho más fácil y dulce en esta tierra de emigración. Hombres de diversos países trabajaban en las salitreras, y casi todos ellos vivían sin familia, pudiendo gastar alegremente sus considerables jornales.

La vida de este hombre en las salitreras había sido menos agradable y fructuosa que la de Ovejero. Trabajó y ganó buenos jornales en los primeros meses; pero era jugador, y todas sus ganancias se quedaron en las llamadas casas «de remolienda». Al final, sus deudas y sus continuas peleas le obligaban á abandonar el país.