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Hay un inexplicable rococó aun en los centros mejor frecuentados. Un francés del buen mundo, con treinta mil francos de renta, hace maravillas, a las que un yanqui con doscientos mil no alcanzaría.

Con todo, la reina en sus paseos revela una transaccion. Renunciando á los soldados ó guardias transige con la opinion ó las ideas del presente; pero haciéndose tirar en una antigua carroza, por mulas enjaezadas á estilo rococó, manifiesta su culto al pasado y á las tradiciones de la época que murió.

¡Churrigueresco! exclamó el compromisario queriendo así compensar la protesta disparatada de su mujer. ¡Churrigueresco! repitió ¡da náuseas! y se vio claramente que las sentía. ¡Churrigueresco! pudo decir otra vez. ¡Rococó! concluyó Obdulia. En aquel momento el Arcipreste se inclinaba para saludarla como si fuera a besarle las botas color bronce. Salieron a la calle todos juntos.

Y mostraba su reloj, una joya rococó, que con sus esmaltes mitológicos hacía pensar en las fiestas pastoriles de Versalles. Tras él subía la escalera Juanito, el hijo mayor, con un enorme ramo de flores. ¡Este chico... este chico! murmuró la señora, sin conmoverse gran cosa por el cariño extremado que Juanito le demostraba en todas ocasiones.

Quería volver cuanto antes, y pasó con rapidez por entre la nube de cocheros que le ofrecían sus servicios frente al gran palacio de Dos Aguas, cerrado, silencioso, dormido como los dos gigantes que guardan su portada, desarrollando bajo la lluvia de oro del sol la suntuosidad recargada y graciosa del estilo rococó. Rafael, Rafael...

No he visto jamas una catedral de formas tan múltiples, divergentes é irregulares como la de Aquisgram, en cuyo conjunto contrastan y se chocan los mas diferentes estilos, desde el romano y bizantino hasta el rococó del tiempo de Luis XV, ostentándose tambien, como se ve en la nave principal y las dos capillas mas antiguas, todos los primores del arte gótico, tal como fué en el siglo XV, sobrecargado de admirables relieves y esculturas.

Estuve en dos o tres teatros. Son de estilo inglés, generalmente pequeños y bonitos. En uno de ellos vi la famosa opereta Patience, crítica acerba de la última plaga de la literatura inglesa, el estetismo; esto es, la lánguida aspiración al ideal, traducida en maneras vaporosas, en posturas de virgen rosácea, en grupos de un helenismo rococó.

Febrer se encontraba con ellas frecuentemente: en la Pinacoteca, frente a los Evangelistas de Durero; en la Glicoteca, contemplando los mármoles de Egina; en el teatro rococó de la Residencia, donde cantaban las obras de Mozart, sala de otro siglo, con una decoración de porcelana y guirnaldas que parecía imponer a los espectadores el uso del tacón de púrpura y la peluca blanca.