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7 Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré emblanquecido más que la nieve. 8 Hazme oír gozo y alegría; y se recrearán los huesos que has abatido. 9 Esconde tu rostro de mis pecados, y rae todas mis maldades. 11 No me eches de delante de ti; y no quites de tu santo Espíritu. 12 Vuélveme el gozo de tu salud; y tu espíritu de libertad me sustentará.

Clavaba en lo alto sus ojos mortecinos, adorando con el respeto del miedo la santa institución que había quemado a sus ascendientes. No haga usted caso de Pablo continuó al recobrar el diento, dirigiéndose a Febrer ; usted lo conoce bien: una mala cabeza, un republicano, un hombre que podía ser rico y va a llegar a viejo sin tener dos pesetas. ¿Para qué? ¿Para que me las quites?...

Decir esto, y como cobijarse el maligno gozque con ligereza y travesura del mismo diablo, fué todo un punto, no habiendo arremetida en que no dejase alguna prenda por despojo bajo la salvaguardia del soldado, volviendo a la carga más desesperadamente, brincando, latiendo, lanzándose y agazapándose, siempre huyendo y siempre burlando los quites y reparos de aquella gente salteada.

14 Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 15 No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. 16 No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 17 Santifícalos en tu verdad; tu palabra es la Verdad. 18 Como me enviaste al mundo, también yo los he enviado al mundo.

Pedro Carvallo, aunque inhábil, era fuerte y menudeaba sus golpes con tanto brío, que los quites de Morsamor tenían que ser también muy violentos. En uno de estos quites, Morsamor dio de plano y con tanta fuerza en el brazo de su contrario, que le derribó por tierra la espada. Generosamente se contuvo Morsamor, para que el desarmado volviera a armarse.

¡Que te quites, chicuela! gritó enfurecida. ¡Lárgate ahora mismo! Al mismo tiempo le dio un fuerte empujón. Josefina, después de tambalearse, rodó por el suelo, dando con la cabeza en el pie de una silla. Alzose llevando la mano al sitio dolorido, pero no lloró.

Por Dios, hombre, no seas así... Mira que te perjudicas. Eres como los chiquillos. No de qué te valen la razón y los años. Te dice el médico que por nada del mundo te descubras, y empeñado en que ... De ese modo no adelantas nada. Ten paciencia, que día llegará en que te quites ese trapajo negro y puedas mirar directamente al sol.

Quítame cuarenta años de encima de los hombros, querida, y hasta que el gallo cante me tendrás dando vueltas como un trompo alrededor de ti... Pero no me quites nada... Vas á ver si con los que tengo á cuestas todavía puedo moverme. ¡Andando, prenda!

«Yo tengo que ir al Monte le dijo más tarde doña Lupe , que hoy empiezan las subastas. Ten cuidado con Papitos, que estos días anda muy salida. la echas a perder con tus benevolencias. Date una vuelta por la cocina y no le quites ojo. Hazle que ponga el bacalao de remojo o ponlo . Y que cuando yo venga esté lavada toda la ropa».

Por más que trabajó, hasta no poder más en los quites, el pobre Cigarrero no consiguió captarse la benevolencia, ni siquiera el perdón del público. El Gordo, en su toro, estuvo como casi siempre, pasando de muleta con maestría y pinchando bastante mal. Lagartijo toreó el suyo sobre corto y con frescura, y se metió por derecho a volapié, dando una buena estocada, pero saliendo trompicado.