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Vamos, chica dijo volviendo a cogerla por las muñecas cariñosamente , no me eches a la cara los millones. Si he venido a aburrirte con estas cosas, es porque te tengo por mi mejor amiga. Ya yo que se exagera mucho, y que la envidia anda suelta por el mundo. La mayor parte de lo que cuentan de las pérdidas de Osorio, probablemente no será verdad....

No hay muchos casos como yo, bien lo sabes; ni de estos tipos que jamás, ni antes ni después de casados, tuvieron trapicheos, entran muchos en libra. Cada cual en su época. Juanito, en la suya, no puede ser mejor de lo que es, y si te empeñas en hacer de él un anacronismo o una rareza, un non como su padre, puede que lo eches a perder.

La pobrecita de mi madre no se ha metido en nada. Si hay en lo que ha pasado alguna culpa, toda es mía; no se la eches á nadie. ¡Está bien! exclamó el joven con sonrisa triste. ¡Ni siquiera me quieres dejar esa ilusión! La tabernera iba á contestar, movió los labios para hacerlo, pero se contuvo; hizo un gesto de indiferencia y guardó silencio. Manolo volvió á su actitud sombría.

Si la señora me dejara, ya les habría puesto los trastos en la calle; pero mi ama es así, no quiere desahucios. «Por Dios Plácido, no les eches... los pobrecitos ya pagarán; es que no pueden». «Pero señora, con que me dieran lo que gastan en aguardiente y lo que se dejan en la pastelería de Botín...». Total, que con caseras como la mía, estos bribones de inquilinos están como quieren.

Todos los días, en cuanto amanece Dios, le doy tres ó cuatro á María para que me compre buñuelos. ¡ darás! murmuró María-Manuela con mal humor. ¡Disgustos! ¡Y bofetás! añadió Velázquez riendo. Sólo los jueves por la tarde. Tengo ese ramo bien organizado. ¡Vaya, no te las eches de plancheta, hijo profirió la irascible María, que se va á creer la gente que te comes los niños crudos!

¡Ya lo creo!... Pues hija, que se le quite a Vd. eso de la cabeza. ¿Me dispensa Vd., verdad? ¿Me deja usted que bese al niño? ¡No eches tierra en la ropa, condenao! Ven aquí, que te va a dar un chichi esta señora. ¡Ay hija! añadió, encarándose con Paz desengáñese Vd., cuando una quiere a un hombre, no hay señorío que valga, toas semos iguales. Paz salió de allí con el alma henchida de gozo.

Sabes, abuela, que no todo el mundo descubre la belleza moral... mientras que un lazo rosa... Niña mimada suspiró la abuela, no quieres comprender qué feliz sería yo viéndote casada con un buen marido y... ¡Oh! abuela querida supliqué, soy tan feliz a tu lado... No me eches de aquí, te lo ruego...

Vaya, vaya, a la cama decía doña Paula. Voy. Pero en lugar de irse se abrazaba de nuevo a Cecilia; la hacía cosquillas aprovechando cualquier movimiento para decirla al oído: ¡Cómo estás gozando, picarona! No le eches esos ojazos, mujer, que le vas a aturdir. Adiós, adiós, señores concluyó por decir en voz alta... Y dejar algo para mañana, ¿eh? ¡Qué tonta! exclamó Cecilia ruborizándose.

Dime lo que quieras». «Si rompemos, no me eches a la culpa, porque eres quien la tiene». «¿Yo?». «, , por salir con alguna patochada ordinaria». «Bueno, lo que quieras... siempre has de tener razón... Adiós». «Hasta la vista».

A medio día, cuando un rayo de sol filtraba su faja de oro en la penumbra de lo cuadra humana, las moscas de primavera llegaban hasta el oscuro rincón, animando con su zumbido la soledad. Algunas veces entraban Zarandilla y su mujer a ver a Mari-Cruz. Ánimo, muchacha; hoy ties mejor cara. Lo que importa es que eches todo lo malo que se te ha subío al pecho.