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Quejábase en su despecho hasta del mal tiempo, como si quisiera hacer responsable de la frialdad invernal a este cambio que lentamente se había efectuado en sus relaciones con la familia payesa.

Jaime, que cazaba en Son Febrer, tuvo relaciones con una payesa joven y hermosa, y casi anduvo a escopetazos con un mozo rústico que la pretendía. Sus amores campestres le ayudaban a pasar el destierro del verano. Era un legítimo Febrer, lo mismo que su abuelo.

Necesitaba poner por testigo al Señor del cielo para expresar su turbación y su asombro. ¡Un Febrer queriendo casarse con la payesa de Can Mallorquí!... El mundo ya no era el mismo: parecían trastornadas todas sus leyes, como si el mar estuviera próximo a cubrir la isla y los almendros floreciesen en adelante sobre las olas. ¿Pero se había dado cuenta don Jaime de lo que significaba su deseo?...

La mujer de Pep y su hijo pasaron insensiblemente delante de ellos, y al quedar solos los dos en la senda, acabaron por detenerse sin saber lo que hacían. ¡Margalida!... ¡«Flor de almendro»!... ¡Al diablo la timidez! Febrer se sintió arrogante y triunfador, como en sus buenos tiempos. ¿Por qué aquel miedo?... ¡Una payesa! ¡una chiquilla!...

Era una antigua payesa que aún conservaba el traje de su pueblo: jubón obscuro, con doble fila de botones en las mangas; falda clara y rameada, y cubriendo su cabeza el rebocillo, blanco velo sujeto al cuello y al pecho, por debajo del cual se escapaba la gruesa trenza que llevaba postiza y muy negra rematada por largas cintas de terciopelo.

Muchos la consideraban arruinada después de sus prodigalidades en la última guerra civil, pero, Jaime conocía la verdadera fortuna de la devota señora. Su vida era simple como la de una payesa; le quedaban en la isla extensos predios, y todas sus economías las invertía en regalos a iglesias y conventos o en donativos al tesoro de San Pedro.

Se imaginaba a la hija de Pep guisando, yendo y viniendo junto al hogar, seguida por la mirada de la madre, payesa infeliz y de silenciosa torpeza, que no osaba poner mano en las cosas del señor.