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Yo acabo de atrapar un resfriado y no quiero que pase a mayores. Una criada de la hospedería, acompañada de Patón, subió al cuarto de los novios. Llamó en la puerta con los nudillos. ¿Quién va? preguntó el seminarista. Señorito; alguien le espera abajo. Que espere; yo no bajo. La criada insistió.

Iréis, Apolonio, como padre, y Novillo, en representación de mi autoridad. Como el don Pedrito es mozo de empuje y más fuerte que vosotros dos, y además, se hallará demasiado encalabrinado y consentido para que le separen del pesebre cuando apenas se ha acercado a él, con vosotros va Patón, que es más bruto que un mulo, y le sujetará si se desmanda.

La señora me cogió por la mano, y al cruzar frente a Patón, que se había puesto más tieso, sacaba más el hocico y parpadeaba con rapidez, le dijo: «¿Eres el que elige mis invitadosMe atrincheré, acurrucado en un rinconcito, debajo de una palmera, y como se suele decir, no perdí ripio de cuanto ante tenía. La reunión estaba ya completa.

En esto pasó la duquesa: «¿Qué te ocurre, camuesín?» «Que Patón no me deja entrar.» «Pues no faltaba otra cosa, hijoHijo me llamó; sentí como que el corazón se me deshacía; y siempre que lo recuerdo experimento la misma sensación.

Estas islas son frondosas, limpias y acantiladas en su mayor número; forman entre y con el pequeño bajo fondo ó playa de la costa, estrechos canales de 5, 11 y 15 metros de profundidad; las islas Bacungan y Paton, que son las más exteriores, se destacan 2 millas de la costa y están unidas por un corto arrecife, como también acontece al conjunto de islotes llamados Arcillas, que se hallan pegados al cerro Panubigan; al S. de este cerro desagua el riachuelo Maalat.

En el pescante iban el cochero y Patón. Dentro, Novillo y Apolonio, tiesos, sin cambiar palabra, como dos fetiches llevados a extender el culto a nuevos territorios. Así transcurrió una hora; una hora prolongada, estirada, adelgazada en una hebra interminable y perezosa, como si estuviese hilada con ritmo lentísimo por las yemas de unos dedos rígidos y entumecidos: los cascabeles de las yeguas.

Después de un rato, el seminarista, a medio vestir, salió a la puerta, a fin de despedir airadamente a la criada. Patón lo trincó, le tapó la boca, y, en vilo, lo bajó y lo metió en el coche. Novillo pagó la cuenta a la posadera; y no hubo más. Arriba esperaba Angustias. Apolonio no quería pensar en ella. Novillo, con su resfriado, no podía pensar en ella.

Llegó Novillo cuando la duquesa se hallaba en aquella disposición antitaurina y antiamorosa; llegó el criado anunciando que el coche estaba dispuesto; llegó Patón, vestido de jornada, con botas altas y capote. ¿Qué dispone mi señora? preguntó Novillo, inclinándose ceremoniosamente, en la mano un saquito que contenía impenetrables secretos de alquimia cosmética. ¿Que qué dispongo?

A la puerta del salón, vestido de librea, montaba la centinela Patón, un lacayo de labios bozales y ojos de cerdo, que nos tenía a mi padre y a mala voluntad y envidia no disimuladas. Cuando yo iba a filtrarme en el salón, este animal me cogió por el cerviguillo, sin decir palabra, y me arrojó a trompicones diez metros pasillo adelante. Me senté en una butaca, con la cara escondida, hipando.