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¡Ladrones! ¡ladrones!... Matan a los trabajadores para hacerse ricos... Sólo les importa el negocio, y los pobres que mueran como perros. Después encarábanse con los hombres que iban llegando, albañiles casi todos, que llevaban pendiente del cuello el saquito de la comida. Los insultaban con groseras palabras. ¡Calzonazos!

Pepeta pasó entre los obreros de los arrabales que llegaban con el saquito del almuerzo pendiente del cuello, se detuvo en el fielato de Consumos para tomar su resguardo unas cuantas monedas que todos los días le dolían en el alma , y se metió por las desiertas calles, que animaba el cencerro de la Ròcha con un badajeo de melodía bucólica, haciendo soñar á los adormecidos burgueses con verdes prados y escenas idílicas de pastores.

En el saquito de mano llevaba las dos armas que había podido juntar para el combate, después de largas rebuscas y comparaciones entre los revólveres de los pasajeros. Los otros padrinos, que se veían mezclados en un duelo por vez primera, no le ayudaban en nada, alegando su ignorancia. Isidro, a última hora, dudaba de su trabajo.

Carolina mostró de su saquito un paquete de aspecto sospechoso. Todo está corriente. Chicas, en marcha. Póngalo en la cuenta añadió saludando con la cabeza a la huéspeda, mientras se adelantaban hacia la puerta. Le pagaré cuando llegue el trimestre a mi poder. No, Catalina repuso Carolina, sacando su portamonedas, déjame pagar, me toca a .

Le estoy viendo abrir las gavetas como quien quiere y no quiere, coger el taleguito en que tiene los billetes, ocultándolo para que no lo vieras ; le veo sobar el saquito, guardarlo cuidadosamente; le veo echar la llave... Y el muy cochino se descuelga con una porquería.

Por él, hubiese dado su hamaca de mil colores, sus madrás rojas y azules, los círculos de plata maciza que rodeazan sus brazos y sus piernas; lo hubiese dado todo, todo, hasta el saquito que encerraba tres dientes de serpiente y un corazón de paloma, mágico talismán que debía proteger sus días, mientras lo llevara suspendido del cuello. Ya veis, pues, si Melia amaba a su Kernok.

«¡Señor! ¡dadnos pacienciaToda aquella gentuza, grandes y chicos, se habían propuesto acabar con la familia. Triste y ceñudo, como si fuese á un entierro, emprendió Batiste el camino de Valencia un jueves por la mañana. Era día de mercado de animales en el cauce del río, y llevaba en la faja, como una gruesa protuberancia, el saquito de arpillera con el resto de sus ahorros.

Se destacaban un instante en lo alto del cerro, empequeñecidas por la distancia, y desaparecían. El Mosco se aproximó a la venta: Cuando queráis... Llevaba en un saquito, colgando del cuello, su tesoro, la bicha, que se apelotonaba en la cárcel de lienzo buscando el calor de su pecho.

Doña Josefa trajo del desván un saquito de noche. Esto es muy pequeño, señora. Aquí no cabe nada. ¿Cómo pequeño?... preguntó el ama, estupefacta. Aquí cabe ropa para una porción de días. ¿Cuánto tiempo ha de estar por allá el señor excusador? Poco, poco se apresuró a decir con manifiesta turbación, poniéndose colorada.

Si mueres, que sea por tu voluntad; pero al menos yo compartiré tu suerte. Ahora, nada, nada en el mundo protegerá mi vida; ¡vuelvo a ser mujer como eres hombre! exclamó Melia que arrojó el saquito al mar. ¡Excelente muchacha! dijo Kernok siguiéndola con la vista mientras que dos marineros la bajaban al sollado por medio de una silla atada a una larga cuerda.