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Yo no se ¡ay! si los he hecho afortunados; lo que se es que ellos me han hecho muy desdichado, y que los perros, los monos y los papagayos lo son mil veces ménos que nosotros. Los fetiches holandeses que me han convertido, dicen que los blancos y los negros somos todos hijos de Adan.

En su cerebro, insensible a todo lo que no fuesen sensaciones animales, apenas si las exigencias de la vida habían hecho florecer un ligero musgo de pensamiento. Miraban como fetiches milagrosos las grandes verrugas de los alcornoques, con las que podían fabricarse los tornillos, cazuelas naturales para confeccionar el gazpacho.

Otros eran ídolos feroces, de ojos saltones y barbas ondeadas y rastreantes; fetiches de religiones obscuras y bárbaras, capaces de detener a la humanidad primitiva en sus emigraciones, haciéndola caer de rodillas con la emoción de un encuentro divino.

Empezando por suponer una voluntad dentro o detrás de las cosas para explicarse las particularidades de las cosas, el hombre llegó, por refinamientos sucesivos, a imaginarse los poderes invisibles como productores de los hechos incomprensibles, encarnándolos después en los fetiches para rendirles miedo, vale decir, culto.

Como los creyentes en la fatalidad de la suerte del viernes o del trece, los creyentes en las supersticiones católicas están aclimatados desde la infancia a la fe en los fetiches y a su régimen de terrores y esperanzas ilusorias, y perfectamente avenidos a las infelicidades y explotaciones conexas, por su profunda convicción de hacerse infinitamente más infelices si las dejasen; aclimatados a la perspectiva del fuego eterno, como a los fríos glaciales el groenlandés que sufre en las regiones templadas la nostalgia de sus nieves perpetuas.

La evolución de las creencias ha sido paralela con la del entendimiento, y los dioses, los semidioses y las semidiosas actuales descienden de los fetiches prehistóricos, como el hombre contemporáneo desciende del hombre de las cavernas.

, Señor, respondió el negro; así es práctica: nos dan un par de calzoncillos de lienzo dos veces al año para que nos vistamos; quando trabajamos en los ingenios de azúcar, y nos coge un dedo la piedra del molino, nos cortan la mano; quando nos queremos escapar, nos cortan una pierna: yo me he visto en ámbos casos, y á ese precio se come azúcar en Europa; puesto que quando en la costa de Guinea me vendió mi madre por dos escudos patagones, me dixo: Hijo querido, da gracias á nuestros fetiches, y adóralos sin cesar, para que vivas feliz; ya logras de ellos la gracia de ser esclavo de nuestros señores los blancos, y de hacer afortunados á tu padre y á tu madre.

Sor Marcela dio una chupada y después arrojó el cigarro, haciendo ascos, escupiendo mucho y poniendo una cara tan fea como la de esos fetiches monstruosos de las idolatrías malayas. Mauricia lo recogió y siguió chupando, alternando un ojo con otro en el cerrarse y en el mirar. Después hablaron de la procedencia del pitillo.

En el pescante iban el cochero y Patón. Dentro, Novillo y Apolonio, tiesos, sin cambiar palabra, como dos fetiches llevados a extender el culto a nuevos territorios. Así transcurrió una hora; una hora prolongada, estirada, adelgazada en una hebra interminable y perezosa, como si estuviese hilada con ritmo lentísimo por las yemas de unos dedos rígidos y entumecidos: los cascabeles de las yeguas.

Muchos comerciantes que se habían endosado el frac en honor del soberano, guardaban sobre su abdomen la gruesa cadena de oro, cargada, como un relicario, de medallones, dijes, lápices y fetiches, y en los pies los fuertes botines de uso diario. Ojeda acogió con incrédula sonrisa las consideraciones de su amigo acerca de la superioridad de una raza sobre otra por la finura de las extremidades.