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No hubo joven más o menos gallardo o acaudalado que por iniciativa propia o por las insinuaciones de su familia no se resolviese a pasearle la calle, a esperarla a la salida del colegio, a mandarle cartitas y a decirle requiebros en el paseo. La niña, ufana con tanto acatamiento, embriagada por el incienso, no se daba punto de reposo tomando y soltando novios.

Y date prisa, antes que esa panza se ponga esférica, y ese cabello.... ¡Ay! ¡Y cómo pasa el tiempo! Envejecemos que es un dolor. Miranda contemplaba la punta de su elegante bota de caña clara, y rascábase la frente cavilando. Medio de presentarme en esa casa pronunció al cabo resueltamente . Son personas de poco trato, y es preciso... yo no voy a pasearle la calle a la mocosa, supongo.

Vamos a pasearle la calle a la novia le decían sus amigos cogiéndole del brazo . Y Borrén giraba tardes enteras delante de una manzana de casas, parafraseando las observaciones de algún amador novel que exclamaba: «Ya alzó el visillo... se asoma... no, es la hermana... ahora ... cómo me mira... ¡hola!, tiene la mantilla puesta...» . Jamás mostró Borrén cansarse de su papel de reflector y perro faldero; y cuenta que las chicas, guiadas por infalible instinto, le trataban como se trata a los inofensivos y a los mandrias; aunque él se derretía, acaramelaba y amerengaba todo, jamás le tomaron en parte alguna por lo serio.

Dejábase caer en el suelo, le llamaba, le traía hacia y principiaba a pasearle las manos por el lomo, a rascarle la cabeza y hacerle cosquillas debajo del cuello, murmurándole al mismo tiempo en el oído palabras de cariño, un gorjeo mimoso que el animal acogía con espasmos de voluptuosidad. «Te quiero, te quiero. eres muy bueno. ¿Verdad que eres bueno?

El mejor obsequio que se puede hacer a un forastero después de beber unas copas de ron y marrasquino, es llevarle a la Casa de fieras y pasearle un buen rato en torno de la jaula de los micos. «Anda, anda, que Grabiel bien se divierte por allá por Madrid... no se esté con cudiao por él, tía Rosa... toa la tarde se la pasa mira que te mira a los micos en un sitio que llaman la Casa de fieras, que le digo, así Dios me salve, que no hay otra cosa que ver en Madrid