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«Señor cura: »Mi hija va a morir, y antes de comparecer en la presencia de Dios, desearía ver al sacerdote que inculcó en su alma inocente la sagrada doctrina de Cristo. Le suplico, padre mío, que venga lo antes posible.

Mi madre me inculcó la idea de que mi posición me obligaba a ser más rígido que los demás. Yo, en el fondo, era un muchacho atolondrado, de buen corazón, aunque un tanto violento. Muy joven comencé a navegar, y en el barco tuve que ir olvidando cuantas enseñanzas me dio mi madre. Mi vida, en los primeros años de navegación, fué muy intensa.

Penetrado en parte de esta idea y en parte infinitamente más grande de la emoción que le produjo la inesperada ternura de su novia, repuso con acento conmovido: Escucha, María..., ya sabes que yo no soy ni he sido nunca un incrédulo... Es verdad que he mirado con cierta tibieza las prácticas religiosas, pero también debes saber que éste es un vicio frecuente en los jóvenes y particularmente entre los militares... Por lo demás, te lo digo con toda la sinceridad de mi alma, jamás me ha abandonado la fe que mi santa madre me inculcó en la niñez.

Ella nos unió en el sentimiento del bien, nos reveló el amor y la fraternidad humana. Después... nos hemos abrazado como hermanos. Su conducta, su aceptación del castigo servirán de ejemplo al mundo. Y yo estoy convencido de que debo renegar de mis desesperadas ideas de un tiempo; que debo proclamar las buenas enseñanzas que ella me inculcó... Habían bajado hasta Ouchy.

Esa idea de que no sirves para nada es causa de grandes desgracias para ti, ¡infeliz criatura! ¡Maldito sea el que te la inculcó o los que te la inculcaron, porque son muchos!... Todos son igualmente responsables del abandono, de la soledad y de la ignorancia en que has vivido. ¡Que no sirves para nada! ¡Sabe Dios lo que hubieras sido en otras manos!

Si alguien le preguntase a usted quién era mi padre, cómo me educó, qué sentimientos inculcó y desarrolló en mi alma, cómo obedecí a lo que quiso que yo fuera, en fin, hasta dónde puedo yo saber lo que son bondad, honra y virtud... ¿Qué respondería usted?

Sentía agradecimiento al recordar la paciencia con que le había enseñado a leer y escribir, cómo le había dado las primeras lecciones de inglés y cómo le inculcó las más nobles aspiraciones de su alma; aquel amor a la humanidad en que parecía arder el maestro.