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Pratt, quien me notició que la guerra entre España y Estados Unidos estaba declarada, y por tanto, que era necesario me marchára á Hong-kong en el primer vapor, para reunirme con el Almirante Dewey que se hallaba con su escuadra en «Mirs bay», puerto de China; también recomendóme Mr.

No de otra manera, con efecto, se debe pensar en tan grave asunto; pues si América confió en el almirante Dewey, el honor de sus armas en tan lejanas tierras, bien pudieron también los filipinos confiar en las honradas promesas de tan cumplido caballero como bravo marino, seguros de que el grande y noble pueblo americano no desautorizaría ni expondría al ridículo, al ilustre vencedor de la escuadra española.

Y del árbol herido de tu vida un ramo en flor se desgajó violento; que fué rodando a la merced del viento hasta hundirse en la mar embravecida. Pero, al cogerlo Dewey de la playa, vio que era un gajo de la mar malaya florecido de perlas peregrinas. El que se desgajó de tu existencia, llevándose tu amor, tu , tu esencia, ¡el ramo en flor: mi patria, Filipinas! Julio, 1922.

El dia 24 se estableció el Gobierno Dictatorial, circulándose la 1.a proclama, que suscribí, como Jefe del citado Gobierno. De este documento se entregaron ejemplares al Almirante Dewey, y por su mediación, á los cónsules extrangeros residentes en Manila, no obstante la incomunicación en que nos hallábamos con dicha ciudad.

Inmediatamente envié una Comisión á dar gracias al almirante Dewey por la pronta llegada de la expedición, merced á sus gestiones, participándole á la vez, que se había fijado el día 31 del citado mes de Mayo, para comenzar las operaciones.

Poco antes de llegar esta expedición militar, y las que despues vinieron con el General Merrit, el almirante Dewey, envió á su Secretario, al Gobierno Dictatorial pidiéndome permiso para colocar las tropas americanas en Tambò y Maytubig, lugares de los pueblos de Parañaque y Pasay; á todo lo que el Gobierno Dictatorial accedió debido á las honradas promesas del almirante Dewey arriba consignadas.

Pregunté entónces al Comandante del Petrell lo que Estados Unidos concedería á Filipinas, á lo que dicho Comandante, contestó que Estados Unidos era nación grande y rica, y necesitaba Colonias. En su vista, manifesté al Comandante la conveniencia de extender por escrito, lo convenido, á lo que contestó que así lo haría presente al Almirante Dewey.

En tan grave situación á todos aconsejaba moderación y prudencia, pues aun esperaba en la justicia y rectitud del Congreso de los Estados Unidos que no aprobaría las tendencias del partido imperialista, y escucharía la voz del almirante Dewey, que, como alto representante de América en estas islas, concertó y pactó conmigo y el pueblo filipino, el reconocimiento de nuestra Independencia.

Pero desvanecidas quedaron tales esperanzas, cuando se recibió la noticia de que Mr. Dewey había obrado y obraba así contra el Gobierno Revolucionario por órden del Exemo. Mr. Mac-Kinley, que sugestionado por el partido imperialista, había decidido anexionar las Filipinas, cediendo tal vez á la ambición de explotar las inmensas riquezas naturales que oculta nuestro virgen suelo.

Y así la revolución marchó de triunfo en triunfo, justificando el pueblo filipino su poder y su resolución de librarse de todo yugo extrangero, para vivir independiente, tal como yo le había afirmado al almirante Dewey, por lo que este señor y los Jefes y oficiales americanos felicitaron calurosamente á mi y al ejército filipino por los innegables triunfos, comprobados por el gran número de prisioneros que llegaban de todas partes de Luzón á Cavite.